Cuando me subo a un avión para un vuelo largo voy preparado para gestionar la melancolía que me invade. Son momentos de soledad en los que mi mente, acunada por un infinito mar de nubes, está más abierta a descubrimientos. El más reciente es la película “The rider”, dirigida por Chloé Zao y protagonizada por Brady Jandreau.
“Es una pequeña joya sobre los lazos, las riendas, el aguantar arriba sin caerse, el mirar la vida entre brincos y caídas…, y que no mira solo al mundo del rodeo y los caballos, sino también a cualquier mundo que no vea la manera de compaginar el antes y el después sin morirse un poco”, ha escrito sobre ella en el diario ABC el crítico Otis Rodríguez Marchante.
No voy a desvelar al lector el final de la película, ni siquiera su mensaje, simplemente voy a compartir mis pensamientos, generados a 10.000 metros de altura, pero con los pies sintiendo el suelo firme de la realidad.
Todos somos riders. Todos cabalgamos a lomos de este corcel que es la vida.
Cuando somos jóvenes no nos importa hacia donde corre el caballo, solo queremos sentir la emoción del galope, sin miedo a caernos. Pensamos entonces que somos nosotros quienes guiamos al caballo cuando realmente es éste quien nos lleva. Queremos acelerar la vida para que nos siga proporcionando nuevas emociones. No buscamos experiencia, sino experiencias. El tiempo corre, pero no lo parece, somos nosotros quienes corremos, en ocasiones sin saber muy bien hacia dónde.
El caballo pasa entonces del galope tendido al trote. Y el tiempo sigue corriendo. La madurez nos trae nuevos miedos, nuevos conservadurismos, nuevas responsabilidades. El futuro empieza a pesar. Ya no estamos solos en la silla de montar, sentimos la compañía de las relaciones, los compromisos, las herencias vitales que vamos generando. Ahora pensamos y creemos que realmente gobernamos nuestra cabalgadura, que parece responder a los movimientos de las riendas. Son tiempos de paseo en los que alternamos el paso con el trote y el galope.
A nuestra vera pasan otros jinetes. Vemos riders que dejan de serlo porque su montura se ha encabritado, observamos saltos, tropiezos, caídas, paradas, renuncias… lances del camino de los que en unas ocasiones aprendemos y en otras simplemente nos advierten de potenciales episodios en nuestra cabalgata. Entre so y arre, la montura se mueve, se detiene, pide alimento, seguir, entrenar, cansarse y descansar… no se ve el final del camino.
A una encrucijada sigue un cruce y a éste nuevos senderos.
La edad perdona todo menos el deterioro celular. El rocín no cojea, sin embargo nosotros notamos cómo las articulaciones se resienten de los rigores del camino. Y el tiempo sigue corriendo, galopando. Con el peso de la experiencia valoramos más el paisaje que se observa desde la alzada. Acariciamos al caballo, preferimos el afecto al vértigo, la visión del horizonte al misterio de la curva. Nos aferramos a la montura.
Somos riders. No hay que bajarse nunca del caballo, pero sí hay que acompasar velocidad y disfrute, emoción y sentimiento, aventura y experiencia. La vida es una travesía desde un sitio que tú no eliges a un lugar al que no quieres llegar. Solo la muerte nos apea… Y el tiempo sigue corriendo.
Related Posts
3 comentarios
Simplemente me ha encantado, José Manuel. En vez de «rider» yo siempre he dicho que soy una corredora de fondo, con mucho aguante y sin tirar nunca la toalla (¡eso no me impide que haya días más flojillos!). Rendirse no es una opción. Me han pasado muchísimas cosas en la vida. Algunas buenas y otras no tanto, pero con esfuerzo, tesón y ganas, siempre he salido adelante con una sonrisas y un gran aprendizaje de cada situación. Los momentos malos siempre pasan. Siempre ha sido así y así seguirá siendo.
Muchísimas gracias por esta entrada tan estupenda y que debe hacer recapacitar y pensar a todo el mundo.
Gracias como siempre por hacernos parar y pensar, creo que eso es lo que hace también la película que vi con interés y afortunadamente en versión original…muy potente el personaje de la hermana y el amor hacía ella de su familia, sin embargo , y a pesar de las recomendaciones que se le dan, ella «cabalga» de forma natural, quizá por la falta de inhibiciones que todos los demás tienen.
Me parecen de una gran belleza – y certeza- los dos últimos de tus párrafos , estoy en el momento de preferir el «afecto al vértigo» pero, aun así, mi cuerpo todavía me pide cabalgar…mientras tenga un buen caballo y compañeros de viaje…Un abrazo
Dejar un comentario