06Ago
2019
Escrito a las 9:35 pm
Los glaciares en Groenlandia están perdiendo hielo a pasos agitantados. Contemplamos cómo se derrite el Planeta.

El registro histórico hace que Homo sapiens aparezca como un asesino ecológico en serie”, sostiene el escritor Yuval Noah Harari en su obra “Sapiens. De animales a dioses”. El autor israelí pone varios ejemplos de extinciones masivas, como la de los mamuts de la isla ártica de Wranger, que sobrevivieron a sus hermanos 6.000 años hasta la llegada de los primeros humanos, y la megafauna australiana, víctima de la caza y la agricultura del fuego.

Algunos estudiosos atribuyen una mayor responsabilidad en este asesinato colectivo al cambio climático en su versión geológica. Harari cree que el clima ha sido solo el cómplice: “Si sumamos las extinciones en masa en Australia y América, y añadimos las extinciones a menor escala que tuvieron lugar mientras Homo sapiens se extendía por Afroasia (como la extinción de todas las demás especies humanas) y las extinciones que se produjeron cuando los antiguos cazadores-recolectores colonizaron islas remotas como Cuba, la conclusión inevitable es que la primera oleada de colonización de los sapiens fue uno de los desastres ecológicos mayores y más céleres que acaeció en el reino animal”.

El Homo sapiens ha eliminado a todos los competidores animales sobre la faz de la Tierra. Los miles de leones que perviven lo hacen en régimen de semi-libertad, confinados en grandes reservas como el Serengueti que realmente son extensos zoológicos. Quedan los océanos, donde la extinción se inició hace apenas unas decenas de siglos. Durante millones de años los grandes animales marinos, como las ballenas y los tiburones, han sobrevivido a la presión del ser humano, concentrado en dominar todo lo que estaba a su alcance en tierra firme. Pero su suerte está echada. La caza de una sola ballena tiene un efecto demoledoramente multiplicador sobre los años de supervivencia de la especie, porque cuando hablamos del Planeta el tiempo debe ser medido en unidades geológicas, es decir, en millones de años.

Entre los grandes animales del mundo, los únicos supervivientes del diluvio humano serán los propios humanos, y los animales de granja que sirven como galeotes en el Arca de Noé”, afirma Harari. Hemos sustituido a los mamuts por 23.000 millones de gallinas, el ave más ampliamente extendida de las que hayan existido nunca.

La Tierra se libró del impacto del ser humano hasta que el Sapiens comenzó a desarrollar la tecnología, cuya primera expresión de poder es el fuego. El millón de habitantes que habitaban el Planeta 100.000 años antes de Cristo apenas le hacían cosquillas. Su capacidad de alterar los ciclos geológicos era nula. Los 11.000 millones que puede acumular la población mundial en el año 2100 son más que suficientes para dejar la Tierra como un erial y provocar un calentamiento de varios grados, muy superior al que corresponde a un ciclo interglacial como el que vivimos. Cuando el cine está plagado de distopías es porque la conciencia humana es tan capaz de imaginarse tal desastre que a menudo no le queda más remedio que buscar otro Planeta.

Es difícil sentirse como un criminal cuando eres el dueño de la cárcel. Sin embargo, yo he comenzado a sentir la culpa cuando he tenido la oportunidad de apreciar la dimensión de la catástrofe ecológica que estamos provocando. Recientemente he viajado a Greenland (Groenlandia), la isla así bautizada por Erik ‘el Rojo’, que, sin embargo, es mucho más blanca que verde porque está ocupada en un 80% por una extensa capa de hielo. Es, de hecho, la mayor reserva de agua dulce del Planeta, lo cual explica, junto con la riqueza mineral que atesora en sus entrañas, el interés colonizador y extraordinariamente generoso con la población local, los inuits, de Dinamarca.

Las lenguas que esa masa de hielo conocida como inlandis (del danés “indlandsis”, hielo interior) crea al desembocar en los fiordos están retrocediendo a tasas desconocidas hasta la fecha y, desde luego, muy superiores a las que corresponde al actual período interglacial. Solo una de esas lenguas suelta diariamente tanta agua dulce como consume en un año la ciudad de Nueva York. La ciudad de los rascacielos devora mil millones de galones de agua al día, lo que equivale a 1.515 piscinas olímpicas.

El retroceso de los glaciares es parte del derretimiento del Ártico. A lo largo del siglo pasado el aire de esta región se ha calentado un promedio de tres grados centígrados, más del doble que la media global. La revista National Geographic lo describe así en su número de octubre de 2018: “La superficie del océano que está cubierta de hielo se ha reducido, y ese hielo es en buena parte estacional y más delgado, mientras que los témpanos viejos y gruesos van desa­pareciendo. Se ha producido un círculo vicioso con consecuencias de gran calado: a medida que el hielo es sustituido en verano por agua marina, esta, al ser más oscura, absorbe más radiación solar, y tanto el agua como el aire se calientan más, lo que acelera el actual deshielo”.

El pasado día 12 de julio, mi primer día de aventura en Groenlandia, la temperatura del agua registró un aumento de cinco grados respecto a cualquier otro año en esta misma fecha. El 45 por ciento del territorio de Groenlandia se ha visto afectado por el deshielo debido a las altas temperaturas y abarca tanto a la zona central como al norte. Normalmente estos episodios de deshielo no se producen hasta las semanas centrales de verano, por lo que el adelanto de este año es realmente notable e indica una tendencia que está dejando numerosas señales sobre el terreno.

El aumento de la temperatura es generalizado en el globo. “Lo que no sabíamos hasta ahora -señalan investigadores de la Universidad de Berna en dos estudios publicados en las revistas Nature Nature Geosciencees que no solo las temperaturas promedio en el siglo XX son más altas que nunca en al menos 2.000 años, sino que el cambio climático actual afecta a todo el planeta al mismo tiempo por primera vez. Y la velocidad de este calentamiento global nunca ha sido tan alta como lo es hoy en día”.

En “El quinto día”, novela del alemán Frank Schatzing, la naturaleza se rebela contra el humano agresor. Una sucesión de catástrofes y accidentes provocados por animales en el mar le recuerdan al Homo sapiens el inmenso poder de todos los organismos, incluidos las bacterias, que configuran el medio ambiente. No cabe la lucha, solo existe una posibilidad: la unidad con la Naturaleza.

Contemplando el glaciar situado frente al campamento instalado por el explorador polar y director de Tierras Polares en Groenlandia Ramón Larramendi me sentí como un malhechor. La conciencia no basta como atenuante del crimen que colectiva e individualmente estamos cometiendo. Porque como dice el refrán “la conciencia es, a la vez, testigo, fiscal y juez”.

Artículo publicado en Sitiocero.net.

2 comentarios

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Marta Noheda
14.08.2019 a las 11:33 Enlace Permanente

Nuestros ojos de pequeños sapiens con vida insignificante no perciben la evolución en el tiempo geológico y es gracias a Harari y otros autores, ecologistas y científicos en magníficos libros, artículos y documentales que lo podemos apreciar en toda su gravedad.
Aún así no parece que seamos capaces de hacer un cambio en nuestra alimentación, transporte y consumo con la urgencia y en cantidad suficiente como es necesaria para frenar y evitar lo que ya es muy claro..

Comparto tu preocupación y hago pequeños cambios para avanzar, pero me siento también asesina con conciencia más aún en estos días de verano en que la Natulaleza me da tanto y reclama nuestra ayuda..

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jmvelasco
18.08.2019 a las 07:53 Enlace Permanente

Hola, Marta. Los pequeños cambios son necesarios para evitar la transformación de nuestro Planeta. Yo no creo que tengamos la capacidad de destruirlo, pero sí de transformarlo en un lugar menos habitable, menos humano. Pongamos manos a la obra. Gracias por tu aportación.

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