Vocación de periodista

Nací en Avilés, la tercera ciudad de Asturias, pero la única que tiene fuero. Allí, en la Villa del Adelantado, con apenas 9 años le dije a mi padre que quería hacer periodismo. Como en mi familia no existía tradición alguna al respecto, mi padre me miró, asintió… e imagino que pensó para sus adentros: «Ya se le pasará». Tres años más tarde, cuando tenía que decidir si hacía el bachillerato por Ciencias o por Letras, volví a la carga y le insistí en el periodismo. Fue entonces cuando me dijo: «De acuerdo, pero por Ciencias». Tal era mi vocación que le convencí para que me permitiera seguir por la senda de las Letras, hasta mi desembocadura en la Universidad Complutense de Madrid con 17 añitos recién cumplidos, un curso antes de lo habitual.

Estudié Periodismo en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Ya en segundo curso empecé a hacer prácticas en La Nueva España, diario asturiano en el que me hice cargo de la corresponsalía de Avilés en 1985. Dos años después accedí a la redacción central en Oviedo como ayudante en la sección de Local. Y pocos meses después fui fichado como jefe de la sección de Oviedo por el diario competidor La Voz de Asturias, al que mi jefe, en un vano intento por retenerme, bautizó como «Gaseosas Pepe», porque Pepe se llamaba el redactor jefe que me había seducido con su oferta laboral para abandonar «La Coca-Cola».

En 1989 llegué a Madrid para trabajar como director de la revista de comunicación interna de Renfe, «Trenes hoy», que editaba el Gabinete de Comunicación y Relaciones Externas (GIRE). Seguí ejerciendo el periodismo en El Nuevo Lunes y Diario 16, hasta mi nombramiento como jefe de prensa de Renfe. En 1995 la entonces presidenta, Mercè Sala, me encargó la dirección de Comunicación y Relaciones Externas, responsabilidad que ostenté durante cinco años hasta mi incorporación a Unión Fenosa en el año 2000 como director de Comunicación.

En Renfe aprendí en buena medida el oficio de comunicador, sobre todo en el ámbito de las relaciones con los medios y la publicidad. En Unión Fenosa, primero de la mano de Victoriano Reinoso y más tarde al lado de Honorato López Isla, me impregné de conocimientos de gestión. Como miembro del comité de dirección fui responsable del reposicionamiento de la compañía, que apostó con anticipación por la eficiencia energética, concepto que hoy es un territorio común para muchas marcas. Unión Fenosa se convirtió durante aquellos años en una empresa multinacional, proceso que me permitió construir un equipo global de comunicación, si bien muy concentrado en Latinoamérica.

Tengo la sensación de que desde que cursé Primero de EGB con cinco años siempre he llegado temprano a los sitios laborales. Tal vez menos en un caso: FCC. Ya con 43 años me incorporé al grupo cuya accionista de referencia era Esther Koplowitz, en un momento de madurez profesional que se había visto reconocido un año antes con mi elección como presidente de la Asociación de Directivos de Comunicación (Dircom), la entidad de referencia en mi ámbito profesional que aglutina actualmente a más de 1.000 socios.

FCC, un grupo de servicios medioambientales, agua e infraestructuras, presente en 35  países, con más de 100.000 trabajadores, fue un desafío enorme para un profesional de la comunicación. Yo acepté el reto convencido de que la función podía aportar valor desde la comunicación en los procesos de cambio que lideraron sucesivamente como consejeros delegados Baldomero Falcones y Juan Béjar. Y fue aquí donde aprendí a nadar en aguas turbulentas y a menudo contracorriente.

Al mismo tiempo, tras culminar mi segundo mandato como presidente de Dircom, cedí el testigo a Montserrat Tarrés e inicié una aventura internacional en el ámbito del asociacionismo. Mantengo el compromiso con la profesión a través de mi responsabilidad como miembro del consejo y el comité ejecutivo de la Global Alliance for Public Relations and Communication Management, la federación que integra a las principales asociaciones de comunicadores de todo el mundo, cuya presidencia ejecutiva ejercí desde julio de 2017 hasta julio de 2019. Además, colaboro puntualmente con algunos master y cursos de formación en la esfera de mi profesión y escribo artículos de opinión en diversas publicaciones y medios periodísticos.

En febrero de 2015 decidí emprender mi propio proyecto empresarial, cuyos ejes son el coaching ejecutivo, que practico desde LLORENTE&CUENCA, y la consultoría de comunicación y de gestión. En 2015 me cerfitiqué como coach ejecutivo y de equipos, una formación de carácter transformador que me ha descubierto la preponderancia del «estar siendo» sobre el «ser», que se suma a la que ya había aprendido con el paso de los años a favor del «disfrutar del tener» frente al «haber tenido» y el «tener más». Actualmente soy coach ejecutivo y de equipos (ACC) certificado por la International Coach Federation (ICF).

Increíblemente me queda tiempo para jugar al pádel, montar en bici y subir montañas. En 2010 ascendí la cima de África, el monte Kilimanjaro, uno de los pocos 6.000 de la Tierra que se puede alcanzar sin escalar. Una gesta personal que me sirvió para descubrir que mi fuerza mental es superior a la física, lo cual refuerza mi convicción de que siempre fui de Letras.

La Federación de Asociaciones de Radio y Televisión me concedió en 2011 una Antena de Oro extraordinaria, inmerecido reconocimiento que se sumó al de la Asociación de Editores de Publicaciones Periódicas como el Profesional del Año en Comunicación. En 2003 recibí el Aster de Comunicación del ESIC, pero el premio que más ilusión me ha hecho fue ejercer como Rey Mago de Avilés en las Navidades de 2005 y pregonero de las Fiestas de El Bollo al año siguiente. ¿Profeta en mi tierra?

Aunque lo dejo para el final, en el principio de todo está mi familia: una mujer que me recuerda todos los días lo que está bien y lo que está mal y unos hijos de los que estoy orgulloso porque, por encima de todo, son buenas personas.