22Mar
2018
Escrito a las 8:27 am

A  menudo los líderes empresariales se empeñan en considerar la comunicación como una habilidad más que como una función necesaria, diría imprescindible, para el desempeño y el progreso de las organizaciones. Si acaso creen que esta habilidad es importante para el show business, una creencia en la que el show pesa más que el business. Tal vez por ello tienden a entrenarse en cómo comunicar antes que en qué comunicar. Las formas predominan sobre el fondo.

La superficialidad de una sociedad que está más en el reach (alcance) que en el engagement (implicación) no ayuda a que la comunicación sea abordada desde planteamientos profundos ligados a principios y comportamientos. En este contexto, muchos dirigentes concentran sus esfuerzos en aprender a hablar mejor, pensando más en la puesta en escena que en la escena en sí mima.

La tecnología ha multiplicado casi hasta el infinito las oportunidades de las personas para que hablen. Pero hablar (desde uno hacia los demás) no es comunicar. Para hablar bien hay que aprender a escuchar mejor. Un verbo que no es sinónimo de oír, sino de entender.

La sociedad digital se enfrenta al desafío de aprender a escuchar las llamadas de socorro de la Tierra ante la insostenibilidad de la acción humana, las desesperanzas de aquellos a los que la desigualdad limita con menos oportunidades, la indignación  de los que se sienten discriminados por su raza o condición, el llanto de los que son víctimas de la injusticia y el susurro de quienes ni siquiera tienen acceso a las redes masivas de comunicación.

Muchos líderes deben dejar de escucharse a sí mismos para entender que hablar más alto no es el ejercicio de comunicación que el mundo está urgiendo.

 

Artículo publicado en el número 337 de la revista de APD

 

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