01Mar
2015
Escrito a las 4:30 pm

Yo soy vulnerable. jpg

La vulnerabilidad es inherente a la condición humana. Incluso aquellos que se sienten invulnerables acreditan su vulnerabilidad mediante la osadía de su ignorancia, prueba de una personalidad soberbia que les debilita como personas.

Errar, ceder a las tentaciones, discutir con la autoestima y, sobre todo, buscar la ayuda del otro muestran que el ser es vulnerable, falible, impredecible y no solo está sometido a los riesgos que son consustanciales a la difícil convivencia entre el egoísmo de la supervivencia del individuo y sus necesidades de relación social. Un territorio de conflicto moral que constituye el espacio más estratégico de la comunicación.

Que el ser humano busque la perfección es un principio filosófico que está en permanente contraste con la natural tendencia a la imperfección. Aristóteles consideraba que lo perfecto es «lo que contiene en sí todo, y fuera de lo que no hay nada, ni una sola parte«. Sin embargo, las diferencias que establece el ADN de cada persona son la mejor expresión de una naturaleza imperfecta que precisamente nos convierte en humanos y nos obliga a solicitar la ayuda de los demás.

Las teorías del management en torno al liderazgo siempre reservan un espacio para virtudes y habilidades que están en relación con el yo social que debe contener el yo individual cuyo objetivo es la maximización del beneficio, incluido el propio, a menudo sobre todo el propio. Sin embargo, la práctica ha caminado por otras vías. Animados por el exceso de imperfecciones, los portavoces (elegidos o erigidos) de una sociedad hastiada de tanto error voluntario reclaman líderes impolutos, impecables, casi infalibles.

Mientras tales portavoces piden expresiones de perdón, siempre de los otros, jamás de los suyos, la comunidad quiere justicia. Los ciudadanos no vindican líderes sin mácula, sino personas que sean capaces de tomar decisiones en nombre y a favor de la mayoría. Esa es la esencia de la democracia representativa, que no está en cuestión por el pensamiento que sustenta sus bases, sino por las conductas inoperantes, aquellas que hacen que no te sientas representado. La injusticia de muchas decisiones estimula la petición de castigo para las conductas inapropiadas. Se busca la reparación más que la redención.

Una prueba evidente de que una gran mayoría social no reclama representantes perfectos son los resultados del capítulo que el Barómetro de la Confianza de Edelman dedica al liderazgo. De acuerdo con esta investigación de carácter anual, los portavoces más creíbles son los académicos (70%), los expertos técnicos y “las personas como tú mismo”. El avance de la referencia a personas que están cómodas en la media indica que la sociedad está reclamando un esfuerzo de humildad, autenticidad y conexión emocional.

El principal problema de tal planteamiento es que a menudo el «tú mismo» es realmente un yo excluyente. La diversidad debe ser abordada con la aceptación de que hay tantos “tú mismo” como seres humanos, independientemente de su raza, creencias, sexo y condición.

Entronca de nuevo aquí el concepto de vulnerabilidad, muy utilizado en la ética del desarrollo. Resulta curioso que una sociedad que es y se siente vulnerable utilice principalmente el adjetivo para calificar a grupos que están en riesgo de exclusión social y, en consecuencia, deben ser objetivo prioritario de la atención colectiva. Ello es así porque hasta el estallido de la crisis económica, fruto de una enorme devastación moral, realmente las sociedades de los países desarrollados llegaron a creer en su invulnerabilidad por su aparente alto grado de control sobre su entorno físico, económico y emocional.

La sociedad necesita líderes que admitan abiertamente su vulnerabilidad, la asuman como un hecho que les iguala con sus representados, seguidores o dependientes. Solo asumiendo el riesgo de enfermedad se puede fortalecer la salud mental mediante la educación de la resiliencia. De las debilidades se puede transitar entonces hacia el aprendizaje de las fortalezas, en expresión del filósofo José Antonio Marina.

Gestores colectivos que estén más pendientes de sus errores, para aprender de ellos, que de los de los demás. Personas que dediquen más tiempo a cultivar su personalidad que a interpretar al personaje que les corresponde en cada momento. Seres capaces de mostrar sus emociones sin temor a que sean interpretadas como un síntoma de debilidad. Ciudadanos educados en la diversidad, la generosidad, la justicia y la igualdad.

La  comunicación es una función fundamental para edificar liderazgos más humanos, impulsados por el sentir común a partir del reconocimiento de la diferencia y la diversidad. La comunicación impulsa la gestión de espacios para el diálogo, la capacidad para sintonizar preguntas y respuestas, el desarrollo de la escucha empática, la provisión de feedback y la identificación de objetivos asumidos por la mayoría.

Para que la sociedad vuelva a confiar en sus representantes y entonces les atribuya un liderazgo auténtico es imprescindible que compartan su vulnerabilidad, de tal forma que el error se perdone y el perdón no sea una mera artimaña de los pecadores sociales para perdonarse a sí mismos. Solo entonces la injusticia será juzgada en el espacio competencial que realmente le corresponde (la administración de Justicia) y representantes y representados se sentirán solidaria y divinamente vulnerables en su humana imperfección.

 

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