02Jun
2013
Escrito a las 5:02 am

Las organizaciones tienen que empezar a introducir su mano en la boca de la verdad, incluso con el riesgo de sufrir amputaciones en su reputación si mienten. Fotografía de a_marga.

 

Daniel Tisch, presidente de la Global Alliance for Public Relations and Communication Management, la entidad que agrupa a las asociaciones de comunicadores de todo el mundo, se refirió recientemente en Madrid al papel de los directores de comunicación como “guardianes de la autenticidad”. En el concepto de autenticidad encajan las tres misiones que el Mandato de Melbourne asigna a los comunicadores: definir y conservar el carácter de la organización y sus valores, crear una cultura de escucha e implicación con los grupos de interés y promover el comportamiento responsable en el seno de las organizaciones.

La autenticidad nunca debió ser un objetivo. Sin embargo, hoy lo es porque la falsedad se ha hecho un hueco enorme en la sociedad de consumo. No me refiero a las copias de productos y de personas que abundan en nuestro entorno, sino a esa falsedad que apenas se nota, que se viste con los ropajes de los buenos deseos, construye versiones de la realidad y navega acompañada por la neblina de la propaganda. Las organizaciones, sobre todo las empresariales, tomamos con gusto una medicina que actúa como antihistanímico contra los brotes alérgicos que provoca la desigualdad, como analgésico ante el dolor ajeno y como somnífero para la propia conciencia.

La falacia se alimenta de la incoherencia, un pecado contra la sociedad, pero sobre todo contra uno mismo, que ha logrado rebajar su calificación a la categoría de venial. Es el precio que hay que pagar por considerar que la contradicción es un hecho natural e inevitable. El individuo renuncia a preguntarse dónde acaba el territorio de la legítima defensa de sus intereses y dónde empieza el de los demás. Cuando más difusa esté la frontera más difícil será determinar las líneas rojas del comportamiento.

De la misma forma, la organización camufla su escasez de compromiso abrazando causas genéricas e inabarcables. A menudo se predica la sostenibilidad, pero se practica solo con los propios. La incoherencia entre lo que se dice y lo que realmente se hace dibuja una sombra de inconsistencia, que a la vez facilita el cambio de opinión en el caso de que los acontecimientos así lo requieran.

En un mundo ensordecido por el ruido, saturado de mentiras, mensajes inconsistentes, conductas incoherentes, principios difusos, escasez de referencias y abundancia de egoísmos, la autenticidad no es solo un valor al alza por el déficit acumulado durante tantos años de exuberancia, sino también una necesidad para recuperar la línea recta de las conductas socialmente responsables.

La autenticidad tiene tres componentes: la verdad, la transparencia y el humanismo.

La verdad no existe porque que exista la mentira. La verdad existe por sí misma. En una organización tiene dos ingredientes esenciales: los hechos y las conductas. Los primeros demandan políticas informativas abiertas y rigurosas; las segundas deben ser evaluadas y acreditadas.

La transparencia es una condición imprescindible para facilitar el acceso a la verdad. No se trata de arrojar luz sobre las zonas más brillantes, sino de incrementar la translucidez del cristal con el que cada grupo de interés mira hacia el interior de una organización. En sentido contrario, la opacidad genera desconfianza al alimentar la sospecha sobre las zonas oscuras, pero también sobre las más iluminadas.

Y finalmente el humanismo es una forma holística de abordar la propuesta de valor para todos los grupos de interés. La persona y su desarrollo integral tienen que situarse en el centro de la acción. No basta con declaraciones cargadas de buenas intenciones, hay que demostrar con hechos que el bienestar de muchos prevalece sobre el de unos pocos.

La misión que Daniel Tisch atribuye a los comunicadores es noble y elevada. De hecho, se sitúa del lado de una nueva visión del mundo en la que la comunicación no es una herramienta, sino una función imprescindible para asegurar la cohesión social, recuperar los valores universales y crear comunidades sostenibles.

Como cada cual elige su camino, en esta nueva misión/visión podemos optar entre mirar y ver, entre ser actores secundarios o protagonistas del cambio, entre hablar o actuar. Tú decides.

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[…] Los dircom, guardianes de la autenticidad […]

4 comentarios

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Noreen Mayer
04.06.2013 a las 01:06 Enlace Permanente

Aunque la autenticidad del texto de Tácito no ha sido cuestionada, numerosos autores han indicado que se desconocen sus fuentes. Se ha barajado la posibilidad de que se basara en Plinio el Joven (ver supra) o en las confesiones de los propios cristianos frente a la persecución policial. El fragmento aparece en el contexto de una larga diatriba contra los males del gobierno de Nerón , y se ha indicado que el interés de Tácito no estaba en el fenómeno cristiano en sí mismo, sino en la crítica al emperador. “A los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hch 11:26.) Es posible que este nombre ya se usara en el año 44 E.C., cuando ocurrieron los acontecimientos narrados en este relato del libro de los Hechos, aunque la estructura gramatical del texto no lleva necesariamente a esa conclusión.

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Joseph Hubbard
04.06.2013 a las 16:36 Enlace Permanente

Hi, nice article. I really like it!

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Benito Horton
15.06.2013 a las 01:26 Enlace Permanente

Una de las tareas más importantes de la investigación histó­rico‑filosófica consiste en determinar los verdaderos aportes y el mayor o menor grado de autenticidad de las ideas en su co­rrespondencia con las exigencias cosmovisivas, epistemológicas, éticas, sociopolíticas, etc., de una época determinada.

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Saul Gilbert
28.06.2013 a las 18:50 Enlace Permanente

Si bien Platón extrae las consecuencias morales de su doctrina del alma y de la dualidad cuerpo-alma, su ética estudia la conducta humana no en referencia directa a la conducta individual; sino más bien respecto de la conducta política.

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