04Sep
2012
Escrito a las 4:01 pm

Juan Cruz, ese excelente observador de la realidad desde su blog en El País, alertaba recientemente contra «la tentación amarilla» en la que podrían caer muchos medios a propósito del último suceso que ha conmovido a la opinión pública a través de la publicada: la desaparición de los niños cordobeses Ruth y José.

«Todos los elementos (sobre todo los elementos gráficos) de una noticia no son legítimos, aunque sean naturales y asequibles, y aunque puedan ofrecer el interés amarillento que demanda una población cada más interesada en conocer aquello que más le perturbe«, escribía Juan Cruz tras el giro dado por el caso a raíz de un nuevo informe forense de unos restos óseos encontrados en una finca de la familia del padre de los niños y principal sospechoso, José Bretón.

El escritor canario culminaba su artículo con una clara censura del periodismo concebido como un generador de espectáculos: «Detrás hay solo la intención de llamar a los lectores o a los televidentes a que miren desde la primera fila las heridas del horror, y a que lo hagan como si estuvieran asistiendo a un espectáculo más«.

Ese periodismo estomacal, que busca el encogimiento de la víscera sin más pretensión que el entretenimiento, no es un comportamiento aislado o exclusivo del relato informativo. Zygmunt Bauman lo atribuiría a la superficialidad de una «sociedad líquida», una organización que ve en la comunidad un proveedor de servicios y protección más que un espacio de relación. La burbuja más dañina hinchada durante los años de la exuberancia no ha sido de índole económica, sino moral. El déficit de compromiso ha devenido en un reblandecimiento de las convicciones que, por mor de un pragmatismo de inspiración partidaria, ha provocado una relajación de los modelos de conducta.

Habitamos una sociedad con una epidermis muy extendida, poco profunda y muy sensible a la alarma social. Una capa de piel muy excitable que ahoga los sentimientos en emociones y amenza con convertir en estructural aquello que debería ser meramente coyuntural. Ese ecosistema social es el caldo de cultivo ideal para que la superficialidad, prima hermana de la frivolidad, imponga su ley, la norma que dicta aquello que a fuerza de ser común o normal parece lo lógico o natural.

El virus de la inconsistencia no ha prendido sólo en los medios de comunicación, sobremanera en los audiovisuales, sino en todos los ámbitos de la comunicación. La aceleración propiciada por el increíble avance de los sistemas de información ha favorecido la propagación de la dolencia. Eslóganes de usar y tirar, discursos construidos con frases hechas, mensajes-cáscara diseñados a conveniencia y brechas inverosímiles entre lo que se dice y lo que luego se hace han convertido a menudo el relato comunicacional en un ejercicio táctico, de corto recorrido y -he aquí la gravedad-  prescindible.

Los profesionales de la comunicación nos hemos dejado arrastrar con frecuencia por esa avenida de aguas poco cristalinas cuya fuerza seduce a la vista y encoge el corazón. También nosotros hemos buscado la reacción inmediata, casi a modo de retuit emocional, el recurso a la víscera, la fotografía del personaje como coartada, el titular como excusa y la relación personal con el interlocutor, a menudo periodista, en detrimento de la profesional. En ocasiones nos hemos dejado viralizar y así hemos perdido el sentido de la comunicación. La notoriedad nos ha seducido, hasta el punto de que hemos llegado a acostarnos con el ruido convencidos de que lo hacíamos con la eficacia.

Entre el periodismo y la comunicación no hay vencedores ni vencidos, ni trincheras militantes. Somos dos oficios que coinciden en medio del discurrir informativo de un río que cuanto menos profundo sea más efímero será su recorrido. La espuma contaminante siempre se concentra en la superficie y tiende a quedar retenida en los requiebros de su curso.

 

Los comunicadores tenemos la obligación de convertir el amarillismo en un mero accidente.

 

El rigor, la transparencia, la coherencia, la consistencia y la perseverancia son los antídotos contra una epidemia de amarillismo que no sólo se manifiesta en las noticias que escribe la sangre o los latidos del corazón, sino también en la práctica de una comunicación que prima la forma sobre el fondo y que deja en el aire las preguntas esenciales, incluso con el cínico convencimiento de que ni siquiera los siguientes emisores se ocuparán de contestarlas.

Por eso, yo también me acuso. Y al hacerlo reafirmo mi compromiso con una profesión que debe ser cada vez más estratégica, cuya misión es convertir en sólido aquello que, por su naturaleza, tiende a permanecer en estado líquido o gaseoso, con la convicción de que la única forma de cambiar el mundo es profundizando en el cuidado de sus raíces, sin andarse por las ramas.

 

9 comentarios

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Lidia
04.09.2012 a las 16:42 Enlace Permanente

El mejor exponente del creciente amarillismo lo tenemos desgraciadamente en una parte de la prensa online. Sólo hay que mirar cada día las noticias más leídas de algunos diarios. En paralelo, es la clave del éxito de ciertos medios digitales, que se basan en el rumor y no en el rigor propio del periodismo. Una vez más salta la evidencia de que el sector atraviesa una crisis existencial.

002
Luisa Alcalde
04.09.2012 a las 19:34 Enlace Permanente

El entonar el mea culpa te honra y el reconocer que en varias ocasiones la relación que ha mantenido el director de comunicación con el periodista ha sido cuanto menos poco profesional puede ser un paso importante para normalizar el trabajo común que tienen que desarrollar ambas partes y que consecuentemente huirá del amarillismo.

003
JMV
04.09.2012 a las 22:03 Enlace Permanente

La prensa on line no tiene la culpa, porque no se escribe sola. Hay que recuperar el rigor, la profundidad; hay asuntos complejos que requieren explicaciones complejas. La sencillez no puede ser una excusa para caer en la simpleza.

004
JMV
04.09.2012 a las 22:05 Enlace Permanente

Siempre resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno que en el propio. Por eso, yo he decidido fijarme en la nuestra, en la de los profesionales de la comunicación. Gracias por tus comentarios.

005
Ángela
05.09.2012 a las 10:40 Enlace Permanente

Demoledor, una forma muy gráfica y clara de darles pistas a los medios para que vean y tengan clara su salida y la solución a su situación actual. No solo se enfrentan a la competencia de la información servida en redes sociales, deben recuperar su esencia, basada en el análisis y la investigación, proyectar opinión y cuidar el estilo y la redacción. Esa es y debe ser la esencia de su marca y su ventaja competitiva, la razón para que sean tenidos en cuenta y tomados en serio. El amarillismo es flor de un día, una flor cuyo aroma a pocos nos gusta.

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Capitán Pingabotas
05.09.2012 a las 12:29 Enlace Permanente

Lo que dices es cierto, pero la base de todo ello es la rentabilidad económica a corto plazo. Los medios de comunicación ya no actúan ni sienten la necesidad de actuar con responsabilidad hacia su público. El público se ha convertido en un consumidor al que hay que venderle un producto masivo. El objetivo es llegar al mayor número de consumidores para vender bien la publicidad y conseguir mayores ingresos.
El amarillismo, fruto de esto, no es más que una presentación de la noticia que busca atraer al mayor número de consumidores.
Esto tan solo se podrá cambiar cuando sea el público el que demande otro tipo de información, por desgracia nos dirigimos a un modelo de sociedad cada vez más ignorante, es cierto que en gran medida el consumidor busca carnaza y desprecia el rigor, lo mismo que los grandes medios que tienen como objetivo satisfacer a ese consumidor medio.
Esto pasa en todos los órdenes de la vida, no es lo mismo ser público que consumidor, igual que no es igual ser un turista (un consumidor de viajes, un pobre coleccionista de estampas) que un viajero de verdad que busque el enriquecimiento a través de el contacto con el otro.
Por suerte van surgiendo formas alternativas de viajar, de entenderse, pero no nos engañemos, es una minoría quien las busca

007
JMV
05.09.2012 a las 20:38 Enlace Permanente

Es lo que dicen los medios, pero luego no lo hacen.

008
JMV
05.09.2012 a las 20:41 Enlace Permanente

Las minorías tiene en ocasiones la responsabilidad de marcar pautas para las mayorías.

009
David Martínez
13.09.2012 a las 08:52 Enlace Permanente

José Manuel, te he dado uno de mis premios Liebster http://www.davidmartinezpr.com/2012/09/premio-liebster-repartiendo-alegria.html?spref=tw
Saludos

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