25May
2017
Escrito a las 6:08 pm

La globalización es un proceso, una circunstancia. En consecuencia, no puede ser el problema y tampoco la solución. Sin embargo, no son pocas las personas que miran a la globalización como su problema, porque se sienten amenazadas por la desaparición de sus muros protectores. Estas barreras pueden ser geográficas, culturales, administrativas o legales, pero sobre todo son mentales porque anidan en las inseguridades de cada persona incluso aunque se manifiesten de forma colectiva.

Los temores provocados por los diversos fenómenos que contiene la globalización han realimentado a los localismos, tan presentes en el subconsciente tribal del individuo. Estos localismos adoptan distintas formas: nacionalismo, regionalismo, independentismo, proteccionismo, populismo, aislacionismo… ismos falsamente integradores que se dedican a construir empalizadas que sirvan de protección a “los míos”, aquellos que piensan y viven sus pensamientos “como yo”. Paradójicamente congregan a personas que sienten el mismo miedo para que encuentren consuelo en su alineación. Mal de muchos, consuelo de unos pocos.

El localismo opera entre el cerebro reptiliano, el más primitivo, aquel que nos conecta con el instinto de supervivencia, y el límbico, el que gestiona las emociones. El miedo a perder el puesto de trabajo por los inmigrantes o la deslocalización se mueve en ese territorio intermedio, donde las creencias (por ejemplo, la dificultad para reciclarse laboralmente a determinada edad) se convierten en resistencias limitantes. En este pantano pescan muchos políticos que, como el norteamericano Trump, la francesa Le Pen, el húngaro Orbán, el filipino Duterte, el holandés Wilders o el venezolano Maduro, prometen a bienestar a los suyos sin explicar siquiera quiénes son los suyos y sin que sus seguidores se pregunten si realmente ellos son de los suyos.

Cuando la tribu está inquieta mira a su jefe y, por encima de todo, quiere encontrar en él seguridad. Confianza en que se atreverá a enfrentarse al enemigo con la fiereza de quien defiende a los más cercanos, a los que piensan como él. Certeza de que no dudará al aplicar los valores de siempre, esa moral a medida que a menudo empieza y acaba por uno mismo.

Hace ya tres décadas, cuando la caída de los muros soviéticos impulsó políticamente la globalización, acelerada social y económicamente más tarde por la popularización de internet, los comunicadores nos enfrentamos al dilema de elegir entre “lo global” y “lo local”. Como somos gente imaginativa y muy apañada, decidimos no decidir y así inventamos el término “glocal”, muy conveniente para lidiar en todos los escenarios.

Sin embargo, no fue un comunicador, sino un urbanista escocés de principios del siglo XX, Patrick Geddes, a quien se atribuye la frase “Piensa global, actúa local” (“Think globally, act locally”), de tan socorrido uso cada vez que hay que enfrentarse a las frecuentes controversias entre lo global y lo local. Este pensamiento nos ha permitido navegar en un mar de contradicciones y llegar a puerto guiados casi siempre por los imperativos del corto plazo, entre otros la dictadura de los resultados del aquí y ahora.

El teólogo católico Hans Küng, célebre por cuestionar la infalibilidad del Papa, escribió: “La globalización de la economía, de la tecnología y de los medios de comunicación lleva también a la globalización de los problemas, desde los de los mercados financieros y del trabajo hasta a los de la ecología y de la criminalidad organizada”. A su juicio, esta globalización de los problemas demanda también una globalización ética, “no un sistema ético uniforme, pero sí un necesario mínimum de valores éticos comunes, de actitudes fundamentales y criterios, a los que puedan comprometerse todas las religiones, naciones y grupos de intereses”.

Un sistema ético global no se puede construir mediante la adición de principios locales. Un ethos globalizador tiene que renunciar a la defensa de lo individual o tribal para concentrarse en el beneficio del colectivo. Realmente no es difícil consensuar valores que sean admitidos como principios generales de convivencia. De hecho, incluso siendo no creyente se pueden aceptar como universales los principios éticos contenidos en Los Diez Mandamientos de la región católica, el zakat o tercer pilar del islam (dar limosna a los pobres), la compasión del budismo o el respeto a Deví (la diosa naturaleza) que predica el hinduismo.

Los profesionales de la industria de la comunicación estamos acostumbrados a trabajar con valores (de la organización, las personas, la marca…). Esos valores no pueden estar constreñidos por los miedos locales, ni por las urgencias del corto plazo, ni por los egoísmos del individuo, ni por los intereses de una parte de la tribu. Los valores que nos guíen tienen que ser globales, estar conectados con los principios básicos de sostenibilidad de la Tierra (entre ellos, la unicidad) y las conductas que refuerzan la convivencia.

Me temo que el mundo se ha hecho más pequeño en muchas de sus dimensiones: más países, más fronteras, más barreras, más tribus, pero también menos tiempo para cubrir las distancias, más velocidad en los procesos de comunicación… más prisa, menos paciencia. “Con nuestro culto a la satisfacción inmediata, muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de esperar”, dijo el sociólogo Zygmunt Bauman, recientemente fallecido.

De nuevo nos corresponde optar: ¿Queremos un mundo formado por pequeños mundos o un mundo grande, abierto, integrador, tolerante y solidario? Al elegir no solo debemos pensar como ciudadanos, sino como gestores de la herramienta más poderosa que tiene el ser humano: la capacidad de comunicarse. Yo no tengo dudas: elijo ser global, aunque ello me obligue a pensar en el bienestar de los que no están cerca, de aquellos que están más allá de mi círculo familiar o geográfico, aunque tenga la sensación de que la magnitud de los desafíos me desborda, aunque sufra por no percibir los efectos en el corto plazo, aunque no sea capaz de intuir el alcance del movimiento del aire provocado por las alas de una mariposa.

Nuestra tribu es global o no será más que una amalgama de individuos que compartimos una herramienta en un espacio indefinido impregnado de egoísmos.

#Yoelijoserglobal

Artículo publicado en el blog de Delivery Media.

Un comentario

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Cómo te gusta Bauman…coincido y de nuevo en el contenido del blog, con todos sus problemas también #Yoelijoserglobal en la Tribuna del CincoDías del miércoles 17 de Mayo 2017 un excelente artículo de Stêphane Garelli decía bien claro que «El aislacionismo nunca ha funcionado»

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