Me ha costado bastante tomar la decisión de escribir sobre la derrota de Madrid en la fase final del proceso de elección de la ciudad que acogerá los Juegos Olímpicos de 2020. La resistencia no proviene tanto de la decepción que me provocó la decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) como de la sensación de que los españoles estábamos desinformados acerca de las posibilidades reales de conseguir los Juegos de 2020. Me produce más desazón la segunda que la primera, porque la decepción es coyuntural, pero me temo que la desinformación podría ser estructural.
Resulta que la prensa española fue la única del mundo que designó a Madrid como favorita para los juegos que seguirán a los de Río de Janeiro. Quiero pensar que el optimismo no era fruto de un nacionalismo irracional, sino que estaba basado en las afirmaciones transmitidas por los miembros de la candidatura a propósito de los votos supuestamente comprometidos por los delegados del COI. Se llegó a hablar de casi 50, lo cual dejaba a la capital de España al borde de la mayoría absoluta para vencer ya en la primera votación.
El optimismo prendió fácilmente en el imaginario colectivo de una sociedad que está deseosa de recibir buenas noticias. En ese escenario los Juegos Olímpicos hubiesen contribuido a apuntalar la recuperación económica cuyos indicios pregona casi con angustia el Gobierno de Mariano Rajoy y sus altavoces mediáticos.
Pero los juegos, ese bálsamo de fierabrás que hubiese curado al menos durante unos días los dolores de la crisis, se esfumaron a las primeras de cambio. Nos guste o no, la pregunta de Alberto de Mónaco fue pertinente: si Madrid prometía un nuevo modelo de Juegos, ¿cuál era ese modelo? La respuesta de la delegación española fue ilustrativa de la principal debilidad de nuestro proyecto olímpico: unos juegos más baratos.
No soy experto en política olímpica, pero sí me dedico a la observación de la condición humana y, en consecuencia, intuyo que los miembros del COI no tenían interés alguno en unos particulares ‘juegos del hambre’, más bien al contrario. Sospecho que la carestía económica de nuestro país, aunque la candidatura intentase convertirla en una virtud, nos dejó fuera de juego ante la solvencia de Japón, un país que sigue siendo la tercera economía del mundo por volumen. Es verdad que el país del sol naciente lleva más años que España inmerso en una crisis de no crecimiento, pero con una gran diferencia: se autofinancia.
Ahora no son tiempos para llorar sobre la leche derramada, ni para desacreditar el trabajo realizado por el equipo de Madrid 2020 al trasluz de anécdotas menores (como el dominio del inglés), sino para analizar las causas de la derrota, sacar conclusiones que permitan mejorar la candidatura en posteriores convocatorias y hacer una sincera autocrítica sobre el soufflé informativo que se desinfló cual pastel inconsistente el pasado día 7 de septiembre en Buenos Aires.
Y sí, hay que volver a presentarse cuando corresponda, es decir, cuando nuestra candidatura, nuestro país, nuestra economía y nuestra marca estén en las mejores condiciones para batir a las ciudades adversarias. Bien saben los deportistas -los únicos que estaban, están y seguirán estando preparados- que la perseverancia es una virtud y una actitud ganadoras.
Como ha escrito con brillante responsabilidad el periodista Fernando Jaúregui: “No ganamos Madrid 2020; ganemos España 2020”. Los Juegos Olímpicos vendrán después de superar nuestras propias olimpiadas.
Related Posts
trackbacks
[…] cierto es que hay todo un arsenal de post-comentarios, artículos de opinión, que valoran esta derrota. Lo que más me interesa ahora es tratar de darle una vuelta a todo ello […]
[…] 2020 en nuestra cabeza, y tras leer interesantísimos análisis comunicativos de compañeros como José Manuel Velasco, Carlos Molina o Cristina Aced, comenzamos el curso con algunas asignaturas pendientes, una de las […]
2 comentarios
Soufflé, dicho de un alimento: preparado de manera que quede inflado.
Papanatismo: Admiración por algo o alguien de manera excesiva, simple y poco crítica.
El soufflé vendido por la candidatura, y el papanatismo de los medios de comunicación ha sido dos elementos que retroalimentandose han resultado una combinanción fatal para el dia de después. Y que sigue teniendo malas consecuencias: la crítica despiadada, rozando la ofensa a los miembros del COI de los medios, una falta de fairplay poco acorde con el espiritu olímpico, y el empecinamiento de los responsables de la candidatura, en no admitir que la nuestra no era la mejor – si lo hubiera sido habría ganado – tiene que hacernos meditar sobre el futuro. No podemos ir dando lecciones al mundo, porque el mundo nos las devolverá¡¡¡
Y aprovechando tu excelente reflexión, que comparto en su totalidad, acabo con dos sencillas razones para nuestro fracaso: No se puede presentar una candidatura cuyo pilar principal es su aspecto económico, estamos delante de un auditorio cuya razón de ser, al menos formalmente, es el deporte y en segundo lugar, la familia olímpica pretende candidaturas que declaren por hacer los mejores juegos de la historia y no candidaturas que declaren que necesita unos juegos para salir adelante. Recordando a nuestro querido JFK, que puedes hacer tú por los JJOO y no que pueden hacer los JJOO por ti. Si somos capaces de hacer una sincera autocrítica y nos comportamos con mayor humildad tendremos, en un plazo medio unos juegos, si seguimos empecinados mejor nos dediquemos a organizar ejercicios de relajación colectiva, solos o con leche…
José Manuel, efectivamente lo peor es la desinformación. Esa sensación de que nos tratan como a tontos. ¿Se alentó desde el Gobierno ese soufflé informativo? ¿Cómo pueden crear un bulo con un recorrido tan corto?
Y es la anécdota la que retrata, otra vez, la nula capacidad de comunicación: el discurso entre desidioso y mitinero de Rajoy, leído, dirigido a no sé que público objetivo, no a los del COI, desde luego; y la osadía del ignorante, la «pieza cómica» que fue el «discurso» de Botella.
Apañados estamos.
Dejar un comentario