15Mar
2015
Escrito a las 11:03 am
Si los filtros cumplen su función, ayudan a comprender la realidad.

Si los filtros cumplen su función, ayudan a comprender la realidad.  Fotografía de Marco Magrini.

En unos cientos de años, cuando la historia de nuestro tiempo sea escrita desde la perspectiva del largo plazo, es muy probable que el evento más importante que observen los historiadores no sea la tecnología, ni internet, ni el comercio electronico, sino un cambio sin precedentes en la condición humana. Por primera vez un sustancial y cada vez mayor número de personas se gestionarán a sí mismas. Y la sociedad no está preparada en absoluto para ello”. Peter Drucker (Managing Knowledge Means Managing Oneself)

Con esta cita, que data del año 2000, el gurú del management advertía a las organizaciones de que tenían que cambiar sus paradigmas o la nueva cultura digital las dejaría fuera de juego. Sin embargo, Drucker partía de un prejuicio que me atrevo a poner en cuestión: los individuos están preparados para autogestionarse. Dicho con un ejemplo: la capacidad para navegar por internet no lleva aparejada la voluntad para aprender. O en el terreno de la información, que ésta sea más accesible no implica que tenga más calidad.

La tecnología amplía las opciones y facilita mucho su ejercicio, lo cual es una ventaja frente a las restricciones a la hora de decidir. Más opciones conllevan más oportunidades para acertar, pero también para equivocarse. La balanza caerá del lado del acierto o del error, de la utilidad o la inutilidad, de la relevancia o de la irrelevancia, en función de la capacidad del individuo para evaluar las alternativas y tomar una decisión que esté alineada con sus intereses. Cuantas más opciones tenga el individuo más importante será su criterio para elegir entre ellas.

Los componentes del criterio

Los componentes básicos del criterio son el conocimiento, el análisis y los valores.

Una persona documentada es aquella que se informa antes de emitir un juicio. La acumulación de conocimientos es la base de la experiencia, que es la suma de lo que se sabe más lo que se ha vivido. Muchas veces confundimos la intuición con la experiencia. Cuando algo nos dice en nuestro interior que las cosas son de una determinada manera no es por arte de magia, sino porque nuestras conexiones neuronales están recuperando situaciones que nos indican qué hicimos en circunstancias similares y cuáles fueron los resultados. Y a menudo también se confunde la intuición con la adivinación, fuente de la que manan más boutades que profecías cumplidas. De hecho, el augurio no deja de ser un juicio proyectado al futuro.

Cuanto mayor sea la experiencia, mayor es la fuerza de la intuición, pero entendida ésta como una visión prendida en hechos contrastados del pasado.

El análisis es la forma en la que manejamos la información para llegar a una conclusión. El primer requerimiento del análisis es el sosiego, es decir, pararse a pensar de dónde viene una información, quién la respalda, hacia dónde se dirige y qué papel juegas tú en el proceso. El hacia dónde es realmente el para qué, pregunta en la que está implícito el por qué. Analizar es examinar, estudiar, observar, averiguar, comparar, considerar, descomponer, detallar, distinguir, individualizar y separar. Es, por encima de todo, situar una información en un contexto determinado que facilite su comprensión y su objetivo.

Para poder enjuiciar a través de tus conocimientos y experiencias se necesita una vara de medir o elementos de comparación. Estos provienen de los valores, que son un filtro primario a la hora de gestionar una decisión. Los valores son creencias. En ellas se apoyan las marcas cuando desean construir relaciones de largo plazo con sus clientes. En el campo informativo, la comparación entre los valores personales y los del medio que avala una noticia u opinión es el primer tamiz para establecer la credibilidad del mensaje.

Predicamento no es criterio

Sin embargo, hoy el criterio no goza de buena prensa. Aquella frase que al escucharla me imponía respeto (“esa persona tiene mucho criterio”) ha sido sustituida por otras, como “esa persona tiene mucho predicamento”. He aquí el problema: se atribuye a los predicadores la capacidad para forjar criterio, cuando con frecuencia sus juicios son meras declaraciones marcadas por la conveniencia del momento y de la audiencia.

Las sociedades desarrolladas celebran el final de la intermediación. Se olvida incluso que la desintermediación financiera fue una de las causas de la profunda crisis que aún sufrimos en algunos países europeos. Las organizaciones y sus stakeholders no necesitan, o creen no necesitar, intermediarios para relacionarse. Prima la relación directa, que es casi siempre desequilibrada a partir de la constatación del distinto tamaño de las partes o de la muy diferente capacidad para movilizar recursos.

Por ejemplo, es verdad que la distancia entre la estructura de poder de una empresa y el accionista minoritario se ha acortado mucho merced a las nuevas tecnologías, pero también lo es que al mismo tiempo que el pequeño inversor tiene a su alcance canales de más fácil acceso para hacer llegar su mensaje, la cúpula de la organización tiene más recursos para rebatirlo. Prueba de ello es que los únicos mensajes de minoritarios que calan son los que obtienen el respaldo de los medios de comunicación. Una intervención de un pequeño accionista ante la junta general de una empresa suele ser papel mojado si no logra la atención de un medio que reproduzca su queja o petición.

Los medios, como intermediarios

El empoderamiento del individuo como emisor se ha acompañado de dos creencias peligrosas para la salud de la verdad. La primera es que la abundancia de fuentes contribuye a la transparencia. A menudo se establece un paralelismo entre la copiosidad de fuentes y la de información, cuando en realidad lo que realmente fluye con generosidad es la opinión. La segunda idea es que la ausencia de filtros reduce la distancia entre los hechos y su transmisión y, en consecuencia, proporciona veracidad al proceso de comunicación.

En el primer caso se asocia cantidad con calidad. Y en el segundo se niega el papel del medio como garante de la veracidad.

Obviamente, la buena fama de la desintermediación no juega a favor de la labor que desarrollan los medios de comunicación, sobre todo para aquellos que responden a unos criterios editoriales voluntariamente asumidos. El periodismo de marca o marketing de contenidos (rechazo la primera denominación y acepto la segunda), la proliferación de canales de opinión, el ocaso de los editores periodísticos y la propia crisis moral de las empresas informativas, comparable a la que sufren todos los sectores, han contribuido a demonizar los filtros.

Tenía razón Peter Drucker en el año 2000 cuando aseguraba que las organizaciones no estaban preparadas para responder a la capacidad de autogestión del individuo. Pero los individuos tampoco lo estaban para ello. En abundancia de opciones las personas necesitan fortalecer su criterio para distinguir entre información y opinión, para comparar versiones, para desentrañar las razones que hay detrás de ellas, para leer más con el cerebro y menos con el corazón, para contrastar sus valores con los de los demás… para actuar como filtro de sus propias creencias y enjuiciar a los demás desde la autoconsciencia.

En este contexto, los medios de comunicación son más necesarios que nunca. Su responsabilidad es esencial para seleccionar con criterio periodístico, editorial y de acuerdo con las normas deontológicas que rigen la profesión, las noticias que son relevantes para sus audiencias e interpretarlas a partir de hechos contrastados. Su labor de intermediación debe aportar valor a la información en forma de contexto, análisis y un lenguaje que facilite la comprensión. En la interpretación ontológica del ser humano, el lenguaje crea realidad, es una acción que provoca una reacción. Los medios son responsables de que la acción informativa tenga puntos de referencia que permitan la formación de criterio.

En el terreno de la información, un mundo sin intermediarios, sin filtros, sería una selva salvaje en la que cada emisor, empujado por su primario espíritu de supervivencia, constituye una amenaza más que una oportunidad. Cuando cae la noche los ruidos de la selva producen miedo, salvo que el guía te tranquilice al descodificarlos.

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