12Ago
2024
Escrito a las 10:07 am

La personalidad es un patrón de comportamiento, pensamiento y emoción que se mantiene relativamente estable a lo largo del tiempo. Este patrón condiciona cómo percibimos la realidad, cómo la juzgamos y cómo reaccionamos a sus estímulos. Es nuestro temperamento.

Cuando nacemos no tenemos una personalidad definida, aunque sí una mayor tendencia de origen genético a ser de una determinada manera. Son los factores de entorno los que moldean fundamentalmente nuestra personalidad. La construcción del ser viene determinada por las enseñanzas y las experiencias de nuestra infancia. Esta etapa se caracteriza por la adquisición de valores, creencias y normas que mayoritariamente provienen del exterior y que el niño tiende a imitar.

La adolescencia es la etapa más importante para la construcción de la personalidad. En este tiempo las ideas en formación del joven chocan con las de sus padres y principales referentes. Hay un cuestionamiento, una rebeldía que surge del inicio en la consolidación de un ideario. Es la pubertad ideológica. Cuando nos hacemos adultos estas ideas pasan del estado líquido al sólido.

Según el psicólogo Erik Erikson, el desarrollo de la configuración psíquica y de la personalidad se derivan de la naturaleza social del ser humano, es decir, de la interacción social. Este autor considera que cada etapa vital conlleva una serie de conflictos y problemas a los que el individuo ha de hacer frente e ir superando. Así, desde los cuarenta y hasta aproximadamente los sesenta años de edad, la persona tiende a dedicarse a la protección de los suyos y a la búsqueda de un futuro para las generaciones venideras. En esta etapa el principal conflicto se basa en la idea de sentirse útil y productivo. Muchas personas descubren su propósito al principio de esta época.

En la vejez repasamos cómo hemos resuelto los conflictos que surgieron en las diferentes etapas. La pregunta básica es de carácter existencial: ¿Qué sentido, cuánto sentido, ha tenido mi vida? En esta fase la vanidad que reconforta es más de carácter interno que externo.

Los verbos son acción. Cada etapa de la vida tiene sus verbos. Yo he buscado los más habituales y sencillos y los he relacionado con cada una de ellas.

En la infancia y la juventud el verbo que prevalece es SER. Porque estamos construyendo nuestra personalidad, lo que somos y seremos. El mayor deseo es ser mayor para acceder a esas cosas que aún no están a nuestro alcance, como conducir o votar en unas elecciones, y que asociamos a las ideas de madurez y autonomía. Recuerda frases como «ya lo sabrás cuando seas mayor» o «no tengas prisa, todo llega».

La siguiente fase está marcada por el verbo TENER. La aspiración esencial en España es «tener una vivienda». El modo de vida capitalista invita al consumismo y establece una relación entre tener y ser feliz. De hecho, no pocos estudios aseguran que el dinero sí da la felicidad, aunque sólo hasta cierto punto.

La tercera y última fase se enfoca hacia el verbo ESTAR. Al menos es el verbo que más inspiración me produce en esta etapa de adultez. Cuando ya empiezas a visitar tanatorios, te das cuenta de que estar vivo es la mayor de las fortunas. Estar es también vivir el presente, aprovechar el tiempo y cultivar los estados sociales. Las experiencias son mucho más valoradas que las posesiones, siempre y cuando las necesidades básicas estén cubiertas y puedas dedicarte a pisar los escalones superiores de la pirámide de Maslow.

Sin embargo, hay un verbo que se comporta como una constante a lo largo de toda la vida. Ese verbo es SENTIR. No sentimos de forma diferente cuando somos jóvenes y mayores, sino que bebemos en otras fuentes de emoción. Cuando más sencillas sean esas fuentes mayor satisfacción procurará la conjugación del verbo ESTAR.

A menudo pensamos mucho y sentimos menos. Nos olvidamos de vivir. Friedrich Nietzsche sostenía que «los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos; siempre más oscuros, más vacíos y más simples«. Hay que dejar que los sentimientos guíen la acción de nuestras vidas bajo la égida de la moral.

SER (alguien, no algo), TENER (para compartir) y ESTAR (para gozar del instante) para SENTIR todos los verbos que construyen nuestra vida.

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