17Jun
2012
Escrito a las 10:23 pm

Es una pena que Grecia sea hoy una metáfora de las ruinas que coronan Atenas.

La Acrópolis, unas ruinas con mucho mensaje (foto tomada por K_Dafalias)

Situada a 156 metros sobre el nivel del mar, en una meseta caliza de 270 metros de longitud y 85 de altura, se yergue la Acrópolis de Atenas, la «roca sagrada», uno de los símbolos más universales del espíritu y la civilización clásica. La Acrópolis fue construida en la segunda mitad del siglo V a.C. por un grupo de artistas dirigidos por Fidias. Gobernaba Atenas Pericles, cuyo empeño en embellecer la ciudad y rendir tributo a los dioses proporcionó un gran impulso económico y cultural a la ciudad. La ambición de quien fue conocido como «el primer ciudadano de Atenas» impulsó la generación de empleo, pero sobre todo instauró un clima de optimismo que favoreció la creatividad, la filosofía, los valores cívicos asociados a la participación ciudadana y la expansión internacional de la ciudad-estado.

Hoy, si mirásemos con los anteojos de la actualidad hacia el Paternón, el Erecteion o el templo de Atenea Niké, veríamos la ruina de un país que es cuna de la civilización occidental. Durante años sus gobiernos -y no sólo ellos-  han engañado a la Unión Europea, han construido una economía ficticia y con una gran dependencia de la res pública. Los griegos también se han engañado a sí mismos, aunque no es España precisamente un país que sirva de ejemplo por su contabilidad pública o por la gestión de sus finanzas privadas.

Sin embargo, Grecia sigue siendo una referencia intelectual imprescindible para entender la democracia y la civilización occidental. Sus filósofos han sobrevivido a la barbarie romana, un pueblo que optó por ingenieros y guerreros frente a dramaturgos y navegantes.

«Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa», aseguraba Demócrito de Abdera. Los filósofos griegos sirvieron y sirven de modelo por su empeño en comprender la condición humana. Y ellos confirieron un gran valor pedagógico a predicar con el ejemplo. «Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos», en palabras de Séneca.

Durante años, como en Grecia, los malos ejemplos han creado escuela. Ha llegado el tiempo de que la ejemplaridad recupere el lugar en la escala de valores que jamás debió haber perdido. Todos debemos predicar con nuestras conductas, pero especialmente aquellos que administran recursos públicos o que, por su responsabilidad, tienen elevada notoriedad.

La ejemplaridad se nutre esencialmente de la coherencia, que es la virtud que premia a aquellos que hacen lo que dicen y, dada la exposición a que nos someten hoy los medios de comunicación, dicen lo que van a hacer y lo hacen. Los ciudadanos necesitamos tener la convicción de que los malos están en la cárcel, ya sea entre barrotes o custodiados por el descrédito, y los buenos son recompensados con la admiración.

Platón entendía el alma humana como una combinación de racionalidad, voluntad y apetitos. A su juicio, una persona justa es aquella cuyo elemento racional, ayudado por la voluntad,  controla los apetitos.

La herencia cultural griega que aún habita en un rincón de nuestro alma puede ayudarnos a recuperar los valores éticos que nos guíen desde este charco que tanto inmoral ha convertido en un lodazal. El castigo del infractor también forma parte de la cultura del ejemplo. A todos ellos habría que obligarles a leer a los filósofos griegos.

Y por ello no debemos abandonar a los griegos a su suerte, porque la suya es también la nuestra. Europa no está sobrada de líderes ejemplares, pero sí de ejemplos que alimentan nuestro espíritu.

Un comentario

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Luisa Alcalde
18.06.2012 a las 09:29 Enlace Permanente

Sin restar ni un ápice de importancia al legado ateniense (democracia, filosofía y las bellas artes en su conjunto), quiero destacar aquí la teoría que defiende Indro Montalelli, que asegura que la decadencia del Imperio romano viene provocada por la absorción de Atentas. Según el periodista italiano, el pueblo romano se caracterizaba por ser austero, espartano, procedente del ámbito rural, de costumbres sencillas y vida sacrificada, donde imperaba el bien común.

Cuando llegan los filósofos e intelectuales procedentes de Atenas, la influencia del buen vivir, del carpe diem y del individualismo hace mella en los valores propios del pueblo romano y comienzan a mermar sus cualidades, su capacidad de trabajo, lo que provoca el declive del Imperio.

No debemos olvidar tampoco que los griegos nunca existieron como proyecto global. Eran ciudades estado donde primaba su individualismo. Sólo se unían cuando tenían un enemigo común como fueron los persas e incluso así el propio Alejandro Magno arrasó Tebas, cosa que no hizo con otras ciudades persas.
Son sólo algunas reflexiones que quizás nos sirvan para entender a un pueblo complejo y fragmentado.

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