07Jul
2023
Escrito a las 8:25 am

Cada vez que me encuentro con José María Vázquez-Pena, directivo con una amplísima experiencia en la gestión de personas, me llevo a mi casa un tema de reflexión. Esta vez ha sido la felicidad. Estamos ante un concepto demasiado grande, etéreo, interpretable y diverso para encajarlo en una única definición. De hecho, habría tantas conceptualizaciones como individuos en el mundo porque cada uno de nosotros piensa, siente y ejerce la felicidad a su manera. Sin embargo, merece la pena explorar todos los caminos que conducen hacia el deseo más universal del ser humano: ser feliz.

La idea que me lanzó José María es que la felicidad es ese plus de bienestar que podemos alcanzar a partir de nuestras circunstancias, que están determinadas en una parte importante por nuestra herencia genética y los factores de entorno. La actitud que adoptemos ante los sucesos que nos presenta la vida hará posible ese recorrido extra.

Trabajemos con un ejemplo: si consideramos a la felicidad como un objetivo, es decir, una expectativa, lo cual en sí ya contiene una cierta dosis de ansiedad vinculada al deseo de alcanzarla, una vez que hayamos disfrutado de un hotel de cinco estrellas en una ocasión excepcional, cuando nos alojemos en un establecimiento hotelero de menor categoría estaremos anhelando que se reproduzca aquella experiencia. Ello nos impedirá disfrutar del momento en su justa dimensión. Sin embargo, si consideramos que aquella experiencia de cinco estrellas fue un upgrade en nuestra vida, estaremos en condiciones de disfrutar de la siguiente en plenitud.

Susan Zinn, psicoterapeuta y creadora del Westside Counseling Center en Los Ángeles, explica que la felicidad está determinada por los genes en un 40 %. El 60 % restante depende del estilo de vida y de factores ambientales. Entre estos últimos señala tres: el nivel de satisfacción que tienes con tu vida, que es la suma de las experiencias positivas que acumulas y cuentas a otros y a ti mismo, sentirse comprometido con la tarea diaria y guiarse por un propósito que da un sentido general y superior a lo que hacemos. En suma, qué hicimos, qué hacemos y por qué lo hacemos.

Es evidente que no podemos operar sobre nuestros genes, pero sí sobre el curso de nuestra vida. Es ahí donde, según José María Vázquez-Pena, tenemos un margen de mejora. Podemos sentirnos a gusto con las realizaciones que jalonan nuestra trayectoria vital y profesional, lo que hicimos bien y lo sentimos de esa forma, incluso con lo que hicimos mal si lo consideramos como una forma de aprender más rápido. Podemos encontrar en las tareas diarias esa dosis de bienestar que proporciona el trabajo bien hecho, por un lado, y el cumplimiento del deber, por otro. Y podemos pensar en el futuro con optimismo siempre y cuando caminemos hacia él con un objetivo que va más allá del mero hecho de sobrevivir.

El ser humano tiene la capacidad de sentir y ahí opera el transformador de la felicidad. Una tensión sentimental positiva que emane del propósito, el deber y una relación respetuosa con nuestro entorno (personas y medio natural) nos permitirá transitar por esa sensación de upgrade. La dosis de esfuerzo que apliquemos tanto en nuestra misión, la que ilumina el presente, como en nuestra visión, la que señala al futuro, hará que esa mejora se convierta en estructural. Así, cada vez que nos suban a business la sonrisa que se dibuje en nuestro rostro expresará la felicidad que nos embarga por estar disfrutando de las experiencias de una vida plenamente consciente.

«La felicidad es una estación de parada en el camino entre lo demasiado y lo muy poco«. Channing Pollock (1880-1946) Dramaturgo estadounidense.

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