15Feb
2012
Escrito a las 10:15 am

Muchos le citan, pero pocos quizá sepan que Heráclito de Éfeso era conocido como “El Oscuro”. En un rasgo común a muchos filósofos de su época, incapaces de disociar entre el pensamiento y la acción, Heráclito vivía apartado de la multitud, a la que achacaba un déficit de entendimiento. Era un ejercicio de coherencia extrema que el propio paso del tiempo se encargó de moderar.

Al filósofo presocrático se le atribuye la máxima de que “todo cambia, nada permanece”, expresada en su metáfora de que “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río; las aguas han pasado, otras hay en el lugar de las primeras y aún nosotros mismos ya somos otros”. Todo está cambiando constantemente, pero este cambio no es caótico, sino que responde a una ley o patrón universal. Heráclito denomina “logos” a esa ley universal que todo lo domina. Muchos quisieran ver en el liberalismo el “logos” de nuestro tiempo, la razón global que facilita la convivencia entre el capitalismo y las libertades individuales.

La gestión del cambio se ha convertido en el mantra de toda escuela de negocios que pretenda forjar líderes. No importa el conocimiento, sino la capacidad de adaptación a los cambios, la habilidad para sincronizarse con la evolución, incluso de adelantarse a ella. El ejecutivo es una especie de felino que se mimetiza con el paisaje, depreda los conocimientos que anidan en su entorno y se aplica las leyes de Darwin para batir a la competencia y prolongar su permanencia en la cúspide de la cadena de valor.

Una empresa es una embarcación que navega a favor de la corriente en el río de la economía y sus circunstancias. Si se empeñase en remontar el curso, tarde o temprano la incesante fuerza del caudal agotaría sus reservas. Conscientes de la inutilidad de luchar contra la corriente, pero reacios a un cambio que desborda sus competencias, muchos directivos se refugian en los márgenes del río, donde el caudal fluye más despacio y, en consecuencia, empuja con menor fuerza hacia la fatalidad de su desembarco, que no es otro que quedarse en tierra mientras la nave de las oportunidades se aleja hacia el futuro.

Las empresas tienen que adaptarse a los tiempos sin perder por el camino los valores que las guían. La evolución no implica renunciar a la historia ni dejar que se ahoguen aquellos cuya capacidad de adaptación es menor. De hecho, una empresa es una singladura colectiva en la que no todos contribuyen por igual, sino que cada cual ofrece sus aptitudes para que el conjunto funcione armónicamente. La habilidad más valorada de un directivo es la de provocar el mejor desempeño posible de cada persona en su área de conocimiento en relación con sus  capacidades. Los motores de tal desempeño son el alineamiento entre objetivos y expectativas y la motivación, dos condiciones que requieren un generoso esfuerzo de comunicación.

La gestión del cambio demanda liderazgos fuertes. Es tarea difícil e ingrata empujar a las personas fuera de su zona de confort, cual sofá nos resistimos a sustituir tras largos años de haber acomodado el asiento habitual a nuestras formas. Con el paso del tiempo, nos convertimos en seres atados a las costumbres que, en general, nos resistimos a explorar nuevos territorios, máxime cuando ello exige un esfuerzo adicional de estudio.

Como las materias primas del cambio, más allá de la mera supervivencia de la organización, son los conocimientos, las expectativas, la competencia y la motivación asociada a la recompensa, y descontada la responsabilidad del primer ejecutivo de la organización, los colectivos profesionales más preparados para gestionarlo son los de Recursos Humanos y  Comunicación. Si sumamos a este dúo la fuerza catalizadora de la tecnología, estaremos en condiciones de crear un núcleo capaz de estimular y liderar el cambio con orden, medios y concierto.

El software de la evolución requiere personas que entiendan que el recurso más valioso de una empresa no son las personas, sino su talento compartido. Pero esas ideas que todo empleado atesora no aflorarán si no existe una doble expectativa de recompensa: económica, por supuesto, y anímica. La primera funciona como una zanahoria que moviliza los deseos y que –así es la condición humana-  pierde su poder cuando es engullida; es decir, requiere ser dosificada. La segunda es una fuente inagotable de motivación cuando se gestiona con inteligencia emocional.

Expectativas y talento son indisociables de una visión. Cada miembro de un equipo debe conocer su posición y tarea, en el plano individual, y compartir un destino, en el colectivo. Misión y visión se funden en la singladura por un río que cambia a cada instante con la certeza de que siempre desemboca en el mismo mar, ya sea el Jónico que conocía Heráclito o el Norte que nos guía.

Publicado en el número de enero de la revista de la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD)

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[…] Velasco es presidente de Dircom y director general de comunicación y RSC de FCC. En su artículo “El río que nos lleva” reflexiona sobre la gestión del cambio. Para él, la  comunicación debe ser movilizadora de […]

3 comentarios

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Juan Repullés
15.02.2012 a las 12:04 Enlace Permanente

No estoy seguro de que el cambio no sea caótico. Sí sé que no es secuenciado ni proporcional. El que se mete en el río debe saber que encontrará tramos donde podrá navegar de modo plácido pero habrá zonas de rápidos que no podrá atravesar sin caerse más de una vez de la barca e, incluso, tendrá que volver corriente abajo para poder volver a emprender la travesía.

En román paladino, para navegar el cambio hay que saber aprender de los fracasos y, más importante aún, tener una estrategia que nos permita fracasar cuanto antes y con el menor coste posible. Volviendo a la metáfora, los rápidos se cruzan mejor con una lancha ligera. Si montas una armada invencible y se hunde, no tendrás una segunda oportunidad. Que le pregunten a Felipe II.

Los emprendedores tienen la misión de abrir nuevos caminos. Las grandes empresas gestionan mal la incertidumbre y los cambios de modelo. Sí tienen –mucho mejor que las pequeñas– la capacidad de aprovechar la corriente. Funcionan óptimamente cuando ya están tendidas las vías del ferrocarril y el ejército ha mandado a los indios a la reserva.

Los responsables de comunicación tienen la responsabilidad de alinear a todos con la visión y la misión de la empresa. Su objetivo es traducir la estrategia en un relato que todos compartan y que sea movilizador.

Pero, lamentablemente, hay empresas con una visión que choca frontalmente con un cambio de modelo. Empresas con una misión que no cumple ya ningún objetivo. Me temo que, entonces, poco puede hacer la comunicación. Y el talento tendrá que emigrar a otro barco.

José Manuel, gracias por tus reflexiones. Me hacen pensar (ergo existo)

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Dora
22.02.2012 a las 12:38 Enlace Permanente

Hacía tiempo que rondaba en mí esa sensación que tu has llevado a palabras con perfecta habilidad.
Es dificil dejarse llevar, sobretodo cuando uno pierde la capacidad de adaptación a un mundo cada vez más tecnológico y deshumanizado. Lo veo todos los días, como profesionales ya asentados, profesores…pierden la capacidad de comprender y saciar las necesidades de conocimiento de las nuevas generaciones de jóvenes esclavos de la realidad digital. Agotador y poco grato mantenerse siempre a la altura cuando uno se siente tan cercano todavía de disfrutar de lo auténtico, lo tangible, lo inmutable. lo duradero. Gracias por tus pensamientos.

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JMV
27.02.2012 a las 13:27 Enlace Permanente

Gracias a ti por el comentario. Tenemos recuperar el control del tiempo y pensar en el futuro con calma. Es verdad que hay una vida on line, que también es vida, pero que debe ser compatible con la vida de las cosas tangilbles y los sentimientos en vivo y en directo.

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