05Jun
2019
Escrito a las 5:49 pm

El escritor e historiador israelí Yuval Noah Harari atribuye al chismorreo un papel fundamental en la revolución cognitiva que protagonizó el homo sapiens hace entre 70.000 y 30.000 años. En su obra «Sapiens. De animales a dioses» sostiene que «nuestro lenguaje evolucionó como un medio de compartir información sobre el mundo«. Su riqueza permitió al ser humano primitivo separarse de los primates, que miles de años después siguen manifestando el mismo nivel de evolución.

«Nuestro lenguaje evolucionó como una variante del chismorreo. Homo sapiens es ante todo un animal social. La cooperación social es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción. No basta con que algunos hombres y mujeres sepan el paradero de los leones y los bisontes. Para ellos es mucho más importante saber quien de su tropilla odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es tramposo«, escribe Harari.

Y añade: «La información fiable acerca de en quién se puede confiar significaba que las cuadrillas pequeñas podían expandirse en cuadrillas mayores, y los sapiens pudieron desarrollar tipos de cooperación más estrecha y refinada«. Así las nuevas capacidades lingüísticas permitieron a los sapiens desplazar a los neandertales y comenzar una línea evolutiva que está a punto de experimentar una nueva transformación por la disrupción que protagoniza la inteligencia artificial (que otros piensen por nosotros).

El sapiens se volvió más inteligente (sapiens sapiens) gracias a que el lenguaje no solo le permitía describir e interpretar la realidad, sino imaginar futuros distintos. «Hasta donde sabemos, solo los sapiens pueden hablar acerca de tipos enteros de entidades que nunca han visto, ni tocado, ni olido«, subraya el pensador israelí. De hecho, «leyendas, mitos, dioses y religiones aparecieron por primera vez con la revolución cognitiva«. La capacidad de crear y contar historias (storytelling) se convirtió en una herramienta de cohesión social y también de poder.

Miles de años después el chismorreo ha alcanzado un nivel de sofisticación (en la acepción de la Real Academia Española) muy elevado. Incluso ha nacido una industria que crea, alienta y distribuye chismorreos. La realidad creada en torno al cotilleo ha sido empaquetada y es ofrecida en forma de show. Se habla de reality show, pero de realidad solo tiene la señal física que llega hasta nuestros televisores, por cierto, la pantalla más tonta de que las que nos rodean, incluso cuando son catalogadas como «inteligentes» («smart tv»).

Según una investigación realizada por la Universidad de California publicada por la revista Social Psychological and Personality Science , los humanos nos dedicamos a cotillear una media de 52 minutos al día. Los chismes ocupan el 14% de las conversaciones que mantenemos diariamente y los jóvenes son más propensos a comentarios negativos que los mayores.

No obstante, entre el chismorreo que practicaban los primeros sapiens y el que tiñe de rosa los medios de comunicación hay diferencias muy sustanciales.

La primera es que en la prehistoria los cotilleos tenían una utilidad que iba mucho más allá del entretenimiento. Era una forma de señalar a los buenos y a los malos; entre los primeros, los más aptos para proteger o alimentar a la tribu; entre los segundos, las personalidades peligrosas para la convivencia. El chismorreo que se practica hoy en los medios carece de utilidad (hay alternativas más entretenidas, aunque requieren un mayor consumo de energía intelectual).

La segunda diferencia es que para los primeros sapiens el chismorreo era algo más que un juego. Se jugaban la vida si elegían mal al mejor guerrero o cazador. Las habladurías les permitían imaginar cosas y escenarios. Estimulaba su creatividad, imprescindible para progresar. Los chismosos de hoy son editores de la vida de otros, quienes, a su vez, exponen episodios de una existencia recortada y a menudo impostada.

El tercer factor de diferenciación es que los sapiens eran mucho más sinceros. La fiabilidad de la información era clave para la supervivencia. Actualmente tal vez lo siga siendo, pero no somos suficientemente conscientes de ello. No ponemos en duda que el rigor de la información es esencial para el piloto de un avión, y, sin embargo, no nos escandaliza que las fake news contaminen nuestro menú informativo. Prueba de ello es que el humano más poderoso de la Tierra, Donald Trump, ha emitido más de 10.000 mentiras en 800 días de presidencia, según The Washington Post. Para los hombres y mujeres de aquel otro tiempo la mentira era tan dañina como las fauces de un tigre de dientes de sable.

Y la cuarta gran diferencia es que el cotilleo estaba al servicio de la cohesión social, incluso cuando se concentraba en los tramposos. En las parrillas de la actualidad solo se destaca el conflicto. Por cada historia de amor o amistad que se registra en Superviventes, el show que, salvando todas las distancias imaginables, se aproxima más a la realidad que vivieron los sapiens del pasado, se emiten no menos de diez que ponen el foco en el conflicto. Muy probablemente si los ‘supervivientes’ fuesen realmente abandonados a su suerte cooperarían mucho más que cuando son grabados por las cámaras. Es decir, la televisión explota el principio de indeterminación de Heisenberg, según el cual «la propia observación provoca cambios en el objeto observado«.

El gran pecado de quienes han enlatado el chismorreo no es que lo usen, sino que han pervertido su naturaleza. Su argumento de que los 4.796.000 espectadores que vieron en la noche del 26 de abril el salto desde el helicóptero de la tonadillera y expresidiaria Isabel Pantoja son muchos para estar equivocados es falaz. No son ellos quienes se equivocan por dejarse entretener por líos de personas que distan leguas de representar el ideal social, sino quienes conscientemente han convertido el cotilleo, al sintetizarlo, en una substancia involutiva.

Dentro de otros miles de años, cuando los seres humanos-máquinas analicen los cambios acaecidos en las primeras décadas del siglo XXI es muy probable que se pregunten: ¿Por qué en aquella era, con un Planeta seriamente amenazado por la acción del ser humano en la naturaleza, los sapiens se empeñaban en hacer crecer la inteligencia artificial al mismo tiempo que malgastaban su inteligencia emocional?

Dejar un comentario

*