28Dic
2018
Escrito a las 9:48 am

Fotografía de Piers Fearick bajo licencia Creative Commons

Nací delfín. Vine al mundo con un irrefrenable deseo de surcar los mares del conocimiento. Me gusta el agua en todas sus formas y estados. Cuando era pequeño, aún lo soy en mi intelecto, me encantaba pisar los charcos; y en Asturias, tierra de brumas y lluvias, no escasean las oportunidades para salpicar en tierra húmeda. Creo que a mi madre no le disgustaba en el fondo que sometiese a las botas a tan duro castigo porque intuía que mi destino era atravesar muchos aguazales y cuanto antes aprendiese a mojarme, mejor preparado estaría para vadear los desafíos.

Tiene lógica que este carácter curioso me llevase al periodismo. La profesión más bonita del mundo, según definición de Gabriel García Márquez, consiste en preguntar. Y tiene sentido también que desde el periodismo evolucionase hacia la comunicación, un oficio que estriba, sobre todo, en encontrar respuestas mediante conversaciones a las preguntas que se hacen los grupos de interés de una organización. Y no es casual que una de mis actuales ocupaciones, el coaching ejecutivo, a la que llegué para ser mejor comunicador, se ejerza mediante preguntas que invitan a las personas a preguntarse qué quieren y cómo lo quieren. La curiosidad es mi motor, no me canso de descubrir.

Hubo un tiempo en que corrió la especie de que los head hunters te preguntaban cuál era tu animal preferido para bucear en tu personalidad. A mí jamás me lo preguntaron. Pero siempre he tenido la respuesta: nací delfín. El delphinidae (nombre científico) es una familia de cetáceos odontocetos que comprende 34 especies cuya principal virtud es ser el comunicador más sofisticado del mundo animal. Identifico al menos cuatro razones que invitan a pensar que los comunicadores deberíamos ser y comportarnos como los delfines.

La primera razón es que los delfines habitan todos los océanos. Aunque la mayoría de los mamíferos viven en tierra firme, los delfines son marinos. Tienen una gran capacidad de adaptación a los ecosistemas, incluso hay delfines de agua dulce. Aunque prefieren mares cálidos, se adaptan a la temperatura del agua, a los nutrientes y a los peligros que acechan en cada ponto.

La segunda razón es que son muy eficientes. Los delfines se mueven con una gran agilidad y velocidad. El récord del mundo en velocidad está en posesión del nadador brasileño César Cielo, quien en julio de 2009 cubrió los 100 metros en 46,91 segundos, lo cual equivale a una velocidad de 7,7 kilómetros por hora. Un delfín común puede alcanzar los 40 kilómetros por hora. Su impulso proviene de una potentísima aleta caudal. Su morfología aerodinámica les permite nadar en todas las condiciones y aprovechar al máximo la energía corporal.

La tercera razón es que son animales sociales, una característica habitual en los mamíferos. Se integran en grupos que se protegen, nadan y cazan juntos. Han desarrollado incluso técnicas cooperativas de pesca. El grupo les apodera para tareas que redundan en el bien de la comunidad, aunque también saben defenderse solos, por ejemplo, haciendo chocar su pico contra el vientre de los tiburones. En determinadas zonas de Estados Unidos y Australia han sido entrenados para alejar a los escualos de la costa.

Y la cuarta es que disponen de un evolucionado sistema de comunicación. No es casual que sea uno de los animales con el cerebro más desarrollado, un órgano que, por cierto, no apagan nunca, porque tienen la capacidad de mantener en funcionamiento la mitad mientras duermen. Su lenguaje está tan desarrollado para el mundo animal que incluso cada delfín recibe un nombre para facilitar su identificación y conexión con los demás.

No encuentro un animal más cercano a las capacidades que debe tener o desarrollar un comunicador para ejercer en los océanos que surca nuestra profesión. Tal vez si cada vez que nos preguntasen con qué animal me identifico respondiésemos que un delfín, los capitanes de los barcos organizativos dejarían de pensar en nosotros como esos primates funcionales que simplemente hacen del zoo un lugar más simpático. Delfines, sí, pero no para protagonizar espectáculos en parques acuáticos, sino para vivir en libertad en las aguas abiertas de las empresas y las instituciones.

Nací delfín porque me gusta mojarme. A esta profesión le toca adaptarse con celeridad a un mundo cada vez más digital, donde los tiburones de la mentira acechan en la superficie y las aguas con exceso de contaminación se mueven agitadas por las corrientes del miedo y las olas de la incertidumbre.

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