Vocación de periodista

 

Partamos de algunas premisas:

– Es mejor leer un mal libro que no leer.

– Es mejor ir al cine a ver una película mediocre que quedarse en casa viendo la televisión en prime time.

– Es mejor explorar las redes sociales que vilipendiarlas desde la ignorancia.

– Es más enriquecedora una conversación, por pobre que sean los argumentos barajados, que un monólogo.

– Es mejor escuchar a los demás que a uno mismo.

 

 

 

Ahora revisemos qué está ocurriendo con la confianza. De acuerdo con los datos del Trust Barometer que Edelman elabora y presenta anualmente en el Foro de Davos, se está ensanchando la brecha entre la confianza/credibilidad que las personas informadas tienen en las instituciones y la población en general, aunque en ambos casos se ha producido un desplome.

Este ensanchamiento, que también podría ser calificado como distanciamiento, se debe a seis factores:

1. El crecimiento de la desigualdad tanto en países ricos como pobres o en desarrollo. Este fenómeno es nuevo en las naciones más desarrolladas y se produce, además, como consecuencia de crisis económicas que tienen un alto componente financiero. Y las finanzas son la expresión más genuina de un capitalismo que no tiene contrapeso intelectual desde el colapso de los regímenes socialistas.

2. La ruptura de varios peldaños de la escalera social, aquella en la que los padres depositan la confianza de que sus hijos mejorarán su posición económica y social. Esta ruptura puede conducir a actitudes radicales del tipo: «Si los míos jamás podrán llegar allá arriba, préndanle fuego al castillo». Ese incendio puede llevarse por delante el sistema de libertades.

3. La debilidad de argumentos que provoca el temor a la discrepancia. Es una consecuencia de la denominada «cámara de eco», un fenómeno que nos aísla al dificultar el acceso a opiniones ajenas. Los likes, las cookies y los algoritmos no fortalecen el pensamiento crítico, sino al contrario, nos mantienen en la cápsula de confort de las opiniones propias y los principios no contrastados.

4. La superficialidad que, en términos generales, se ha instalado en los discursos que alimentan el debate colectivo. La falta de profundidad refuerza el punto anterior al desincentivar la generación de conversaciones intensas y extensas, que se basen más en hechos que en emociones. La superficialidad es aliada de la disonancia cognitiva, el fenómeno por el cual el cerebro tiende a adecuar la realidad a los principios que sostienen el andamiaje moral del individuo. Es más fácil cambiar el relato que los principios, salvo que seas Groucho Marx. A partir de ahí la posverdad tiene el terreno abonado.

5. La cada vez mayor preponderancia del factor entretenimiento en los medios de comunicación. Es la búsqueda del clic, el titular ‘sexy’, los hechos al servicio de las emociones. A menudo los medios convierten los sucesos de la vida en un espectáculo de consumo rápido.

6. La pérdida de prestigio de La Academia. Hoy ni los doctorados son objeto de la admiración que debieran (muchas tesis de corta y pega han contribuido a ello) ni los catedráticos sientan cátedra. Y, sin embargo, la universidad es el mayor repositorio de conocimiento científico que tenemos. Es o debería ser una gran reserva de profundidad, la herramienta más poderosa para luchar contra la superficialidad. La rebaja en la apreciación de lo universitario tiene que ver con el desequilibrio provocado por una mayor reputación profesional de Las Ciencias y una menor de Las Letras. Un claro ejemplo es el declive de la filosofía. que ha pasado de ser una asignatura troncal al refugio de una extraña minoría a ojos de la mayoría.

El resultado es una sociedad reluctante a la discrepancia, en la que no es fácil que prendan debates profundos, aquellos que son imprescindibles para adecuar el sistema democrático y de economía de mercado a los nuevos requerimientos sociales y medioambientales. En el escenario global, el cambio climático, por ejemplo, no puede ser abordado desde posiciones maximalistas basadas en creencias, sino mediante la reflexión soportada por evidencias científicas que expliquen el impacto de la actividad humana en el Planeta.

Un ejemplo local sería el necesario debate sobre la reforma de la Constitución Española. Todos los actores políticos admiten que requiere tiempo, sosiego, pensamiento crítico, miradas de largo plazo y vocación de consenso. Pero todo eso será imposible mientras esos mismos actores no levanten la mirada de sus intereses de corto plazo.

No soy partidario de un régimen basado en subvenciones, porque el abuso conduce a la ineficiencia y desincentiva el mérito. Sin embargo, sí creo en la responsabilidad reequilibradora de los Estados. En este contexto de déficit, ligereza o incluso en ocasiones ausencia de criterio, considero que las instituciones tienen la obligación de estimular los mecanismos que induzcan un diálogo social más profundo y menos polarizado. Los medios de comunicación, especialmente aquellos que tienen más tiempo y espacio para el análisis, han de jugar el papel de catalizadores.

La Comisión Europea considera imprescindible preservar el ecosistema de medios de comunicación, ya que los periodistas y el periodismo deben jugar un papel fundamental en la lucha contra la desinformación. Esta es una de las principales conclusiones del informe elaborado por la Commission High Level Expert Group on Fake News and Online Disinformation.

Por eso, un gobierno que alzara la mirada más allá de la próxima convocatoria electoral, mirase a los ojos de los votantes y viese a personas, apostaría por una sociedad mejor informada, más documentada, participativa y crítica. Este apuesta tendría que responder a un triángulo de actitudes: gobiernos que inviertan en cultura, lo cual no solo debe incluir subvenciones; medios que no renuncien a informar y formar; y ciudadanos educados en el uso del poder de comunicación que la tecnología ha puesto en sus manos.

Porque, y he aquí la última premisa, es mejor leer un periódico, por partidario que sea de una ideología determinada o un partido político, que ver Sálvame.

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