La fuerza que mueve al ser humano proviene de dos motores: el instinto de supervivencia y la búsqueda de afectos, incluidos en ellos el reconocimiento social. Tal vez incluso ambos sean uno mismo porque hay una relación muy estrecha entre sentirse querido y sentirse protegido. De la supervivencia deviene el egoísmo, mientras que el deseo de diferenciación emana del reconocimiento.
Durante miles de años la moral de inspiración religiosa nos ha enseñado que el individualismo, ya sea por instinto o por vanidad, bebe en las fuentes del mal. Sin embargo, tras la segunda revolución industrial, y muy especialmente a raíz de la tercera que protagonizan las comunicaciones, la figura del líder y su función han sido consagradas por la literatura del management y el ejercicio de la política.
El líder reúne en teoría lo mejor ambas concepciones: la individual y la social. Ahoga así el mal de su egoísmo en el bien que su efecto produce sobre los que le siguen. De hecho, al líder se le aprecia por su liderazgo, que es como Perogrullo diferenciaría entre jefes, de los que estamos sobrados, y auténticos líderes, escasos por naturaleza. El líder tiene la responsabilidad de guiar a la tribu y obtiene como recompensa el aprecio de los suyos, bien como sumisión a su potestas, bien como reconocimiento de su auctoritas.
Durante muchos siglos los líderes reconocidos como tales han sido pocos y, en consecuencia, han concentrado el reconocimiento de la historia. La revolución de las tecnologías de la información, fruto de la confluencia de la informática y las telecomunicaciones, ha distorsionado la percepción y el alcance de los líderes. De hecho, tenemos muchos líderes y pocos liderazgos. O dicho de otra forma, tenemos muchos individuos que podrían ser considerados líderes en atención a su notoriedad pública, pero cuyas ideas no merecen crédito. Un ejemplo: es indudable que Cristiano Ronaldo es una celebrity que concentra la admiración colectiva por su forma de jugar al fútbol, pero no creo que una sola persona consumiera un medicamento por el mero hecho de que fuese prescrito por él.
Estamos plagados de líderes de papel (hoy este material ha sido sustituido por la inmaterialidad de las ondas audiovisuales) y huérfanos de guías espirituales, ideología incluida, que nos dirijan mediante sus ideas y sus conductas. Las celebrities sólo generan seguidores por el mecanismo de la emulación, son simples herramientas de marketing que, en el mejor de los casos, transfieren algunos valores positivos.
Tiempos extraordinarios no requieren líderes extraordinarios, sino simplemente líderes solventes con capacidad de comunicación. En su ausencia la anarquía avanza. El fin de las ideologías que subyace en las tesis de Francis Fukuyama no tiene que suponer necesariamente el fin de los valores o de una forma de interpretarlos y de actuar en consecuencia. Bien es verdad que la desafección y el descrédito acumulado por los partidos políticos no contribuyen a proyectar discursos coherentes que sean capaces de enganchar a los ciudadanos.
En estas soledades, la calle es el sumidero natural para que las orfandades se manifiesten. Al amparo del asfalto todos podemos sentirnos líderes y al mismo tiempo protegidos por quienes, aparentemente, piensan como nosotros o al menos comparten un objetivo. Los tiempos de bonanza han circulado desordenadamente, pero siempre lo han hecho por las aceras. La indignación que crece en sociedades que se resisten a rebajar el estado de su bienestar comienza a desbordar los cauces establecidos, sobre todo porque se rebela contra la forma en la que el establishment se conduce a sí mismo.
La indignación ya está en la fase de protesta, que puede ser aprovechada por grupos ajenos al interés general, y apunta peligrosamente hacia la de ira. Es el momento de que aparezcan los líderes que sean capaces de convertir la protesta en propuesta y de canalizar las alternativas a través de las instituciones, incluso para cambiar a estas mismas desde dentro. No esperemos a salvadores de la patria, sino a personas que en el ejercicio de su responsabilidad venzan a su egoísmo y estén dispuestas a devolver su ilusión a los ciudadanos que están tomando la calle. No estoy hablando de conferenciantes, sino de gestores duchos en ideas, en recursos, en habilidades de comunicación y, sobre todo, que hagan lo que dicen y digan lo que van a hacer.
Artículo publicado en el número de agosto de la revista de APD
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6 comentarios
Tu análisis me lleva a recordar otros momentos históricos, de sobra conocidos y con funestas consecuencias, en los que se han dado las mismas condiciones básicas: carencia de liderazgo, multitud de falsos líderes ruidosos, ansiosos de su minuto de gloria, miedo, incertidumbre y desasosiego. Nada bueno deviene de esa conjunción de factores. Personalmente, cada día tengo más confianza en el liderazgo cotidiano, ese que se escribe con minúsculas pero que permite llevar algo de cordura, esperanza y razón al ámbito de lo cotidiano. No tengo mucha fe en las posibilidades de emergencia de líderes auténticos en este caldo de cultivo. Un líder no se improvisa, y hace mucho que hemos abandonado la senda de los valores, el trabajo, el honor y la ejemplaridad.
Gracias por este rato de reflexión.
Buen análisis de un entramado complejo en la que se encuentra nuestra sociedad. Cuidado con los movimientos guiados por salvadores de no se sabe que y protectores de no se sabe que «taro de esencias».
Yo quizas, modestamente, cambiaria el orden, «estamos faltos de líderes con visión que se atrevan y sepan elegir buenos gestores».
Me aterra la idea cada vez mas extendida que lo que se necesita es un grupo de gestores que gestionen un pais como una empresa…
La sociedad del bienestar tiene su precios y una de ellos es la crisis de valores, y el adocenamiento de la conciencia social y colectiva.
Me ha gustado, y creo que de esta madeja podriamos sacarle muchois hilos..
Una buena reflexión, me gusta la advertencia: la indignación ya está en la calle y sería bueno canalizarla hacia algo positivo. Sólo un comentario, la lucha por la supervivencia no siempre significa egoísmo. Los más necesitados son los que más de una vez nos han dado lecciones de solidaridad compartiendo lo poco que tienen. Deberíamos aprender de ellos.
Un saludo, Norma
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