A continuación reproduzco el discurso pronunciado en el acto de presentación de la Recuperación de la Memoria Digital de Tres Decanos de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Fui el encargado de presentar a Javier Fernández del Moral, decano desde febrero de 1990 a junio de 1998.
«Agradezco a la Facultad de Ciencias de la Información, mi facultad, que me haya invitado a participar en este acto de presentación de la Recuperación de la memoria digital de los tres decanos previos a la titular actual, Carmen Pérez de Armiñán García-Fresca. Una recuperación que me parece muy acertada porque la memoria aporta un sentido moral a nuestras vidas. Y en unos tiempos donde la moral es actualidad por su ausencia es imprescindible reivindicar la de aquellos que se dedican a la actividad más noble y provechosa que puede realizar el ser humano: la docencia. Me atrevería a decir que la docencia es la actividad más decente.
Estoy convencido de que al mundo le iría mejor si valorásemos más las memorias de los académicos, sobre todo de aquellos que tienen mayor capacidad para guiar las conductas: los humanistas, hoy relegados en muchos casos por esos aparentes magos del éxito que son los gestores del corto plazo, los técnicos, los que dicen que resuelven, aquellos que prefieren apretar un botón antes que acariciar a una idea.
Creo sinceramente que hay que reivindicar el valor social y la reputación de los profesionales de las Humanidades: filósofos, sociólogos, periodistas, comunicadores e incluso economistas. Digo incluso porque entre éstos últimos diferenciaría a los que quieren crear conocimiento de los que solo desean crear valor , sobre todo para ellos. Muchos financieros encajan en esta segunda categoría que en vez de especular con las ideas, lo hace con el dinero.
Por eso, en cuanto recibí la llamada de la facultad, que atiendo siempre que puedo por responsabilidad profesional, cambié la fecha de un viaje para poder acompañar hoy aquí a los tres decanos y muy especialmente a mi adorado Javier Fernández del Moral.
Si me dedicase a hacer una glosa de Javier sería muy dulce, tal vez empalagosa, porque por encima de todo es una persona a la que aprecio y admiro, por ese orden, aprecio y admiro. Por ello, más que hablarles de él, de su curriculum, voy a hablarles de mi fórmula de la felicidad. Como no tengo formación científica, como Javier, que estudió Químicas tras ser el mejor expediente académico de su colegio, la fórmula no es exacta y, dado que trabaja con sustancias humanas, debe de someterse a la cautela de la experimentación individual.
La fórmula tiene dos componentes constantes: a un lado, la salud, sin ella no cabe plantearse la felicidad, es condición sine qua non; al otro, los afectos. Cualquier carencia en ambas dificulta el acceso a ese estadio superior que te hace ver la vida en color. En el centro, tres conceptos: el dinero, el reconocimiento y el tiempo.
El dinero es importante porque proporciona seguridad, salud y, por qué no reconocerlo, también algunos afectos, aunque no sean los más sinceros. Los habitantes de este lado del mundo, me refiero a los que tenemos acceso a oportunidades y podemos elegir, solemos duplicar el margen de seguridad.
El reconocimiento procede del ego, de nuestra necesidad de ser queridos no solo por lo que somos, sino también por lo que hacemos. Yo distingo dos tipos de reconocimiento: el social y el profesional. El primero es vanidoso y superficial. El segundo es el colesterol bueno, porque está relacionado con el legado, particularmente con nuestras enseñanzas.
La vanidad es expansiva y, como tal gas, intenta ocupar todo el espacio disponible. Los directores de comunicación somos gestores de egos, de vanidades, y sabemos que el primero que hay que controlar es el nuestro. La vanidad es un ropaje social del que hay que desnudarse cuando se gestiona la memoria, justo lo contrario de lo que suele ocurrir entre quienes se sitúan siempre en el centro de una historia que jamás te pertenece en exclusiva.
Y el tercer componente es el tiempo. Solo hay un tiempo y es angustiosamente escaso. El tiempo solo se valora en su justo término cuando se agota, cuando la edad comienza a vencer al físico y devuelve a la memoria su protagonismo.
¿Qué ocurriría si aplicásemos esta fórmula a Javier Fernández del Moral?
Javier ha tenido hasta la fecha 67 años de salud (y ojalá tenga muchos más) y ha utilizado prolíficamente ese bien físico porque su trayectoria es extensísima desde aquellos primigenios estudios de Químicas, donde se doctoró con una tesis sobre modelos de comunicación de la ciencia experimental. Esa vocación comunicativa le llevó a graduarse en solo dos años en la Escuela Oficial de Periodismo, cuya cátedra en Información Periodística Especializada obtuvo en 1983, ya con la facultad en funcionamiento. Y así se transcurre una dilatadísima y fecunda trayectoria académica y profesional, que incluye sus ocho años como decano de la Facultad de Ciencias de la Información (febrero de 1990 a junio de 1998).
Intuyo que con tanta actividad y la necesidad de criar a seis hijos Javier ha tenido que ganar suficiente dinero. Sin embargo, infiero que el dinero es un monstruo que tiene absolutamente domesticado.
Siguiendo con los componentes de la ecuación, en materia de reconocimiento, Javier Fernández del Moral tiene mucho y del bueno, el profesional, tanto de la academia como de las instituciones y de la empresa. Desde luego tiene el del colectivo de comunicadores, cuya principal asociación, Dircom, presidió desde 1994 a 2000. Solo un presidente ha logrado superar su mandato en términos de tiempo y, curiosamente, se declara alumno y admirador suyo: yo mismo, perdón por la inmodestia.
Llegamos al tiempo. Y como ha tenido salud, Javier ha sabido estirarlo al máximo: planes de estudio y de comunicación, clases, conferencias, ponencias, actividades asociativas, libros, ciencias de artículos. Un tiempo vital, guiado siempre por una sonrisa, por un abrazo.
Al final, los afectos, siempre los afectos, el cariño que uno da y que uno recibe. En este componente Javier es un auténtico catedrático. Sus afectos son personales y profesionales; así los he sentido yo cuando me han acompañado a lo largo de mi trayectoria profesional en Madrid. Yo quiero a Javier como un mentor, un maestro que, como el mejor de los coaches, me ha situado frente al espejo de mi ambición, pero también de mis debilidades y así me ha empujado a formarme, a progresar con el arma del conocimiento, a recabar el reconocimiento de mis compañeros por la fuerza de los hechos profesionales, a no perder jamás la humildad.
Por ello, cuando asocio la fórmula de la felicidad a Javier Fernández del Moral descubro que es correcta en su formulación, pero incorrecta en su aplicación. La fórmula no debe ser aplicada a uno mismo, sino a los demás. Y Javier nos ha entregado, nos sigue entregando, su salud, su reconocimiento, su tiempo y, por encima de todo sus afectos. Porque la gran virtud de mi decano es que ha despachado mucha ciencia y mucha felicidad.
Para terminar vuelvo al principio, a los principios. En un mundo muy necesitado de buenas referencias, Javier Fernández del Moral lo es para muchos de nosotros. Él, que es autor de la teoría del periodismo de fuentes, es fuente de inspiración y modelo de conducta para muchos estudiantes, docentes y practicantes, particularmente para mí.
Gracias, Javier, por repartir dosis de la fórmula de la felicidad entre los demás. Estoy seguro de que la vida te seguirá devolviendo generosamente tanto de lo que tú nos das. Tu memoria vale mucho.»
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