El ego no debe volar libre jamás. Ilustración de Irene Velasco.

El budismo kadampa identifica como fuentes de perturbación mental tres sentimientos: el apego, el odio y el aferramiento propio.

El apego es germen de sufrimiento cuando no conseguimos lo que deseamos o cuando contradicen las creencias a las que estamos atados. Es lo contrario de apertura, flexibilidad y, en buena medida, también curiosidad.

El odio es la emoción más destructiva porque, entre otros efectos, provoca resentimiento, es decir, volver a sentir una circunstancia desagradable o hiriente. Y es también un sufrimiento estúpido porque daña a quien lo siente, mientras que el destinatario del mismo suele ser ajeno a la emoción que provoca. Algo similar ocurre con la endivia.

Y, finalmente, el aferramiento propio es la expresión de nuestro egoísmo cobarde. A menudo nos aferramos al ego para no tener que contrastar nuestras creencias y actitudes, del tal forma que nos reconfortamos en nuestra forma de ser y actuar.

Es imposible tener una marca personal sostenible y eficaz cuando cualquiera de estas tres emociones domina tu mente. El aferramiento propio es especialmente dañino.

Eva Collado Durán, especialista en marca personal, sostiene que “el ego en sí mismo (y en su justa medida) es bueno y necesario, porque nos empodera en autoestima y nos pone en valor”. A su juicio, “el problema llega cuando te vuelves en cierta manera adicto a ser importante y se convierte en el eje de todas tus acciones creyéndote más bueno en todo que los demás”.

El egocentrismo es contraproducente porque pone el foco en nuestra capacidad de emitir en vez de concentrarse en el valor de las relaciones que somos capaces de tejer. El ego contaminado con la vanidad hace que miremos a las personas, a las cosas y a las circunstancias que acontecen exclusivamente a través del prisma de nuestros juicios y creencias. Renunciamos a incorporar los puntos de vista de los demás, a enriquecer nuestra mirada con la de otros, a diversificar nuestras fuentes de conocimiento.

Una marca personal no se debe gestionar desde dentro hacia fuera, sino en sentido inverso. La pregunta básica es: ¿Qué puedo aportar a los demás que sea útil y diferente para ellos? Cuando somos capaces de dar respuestas a esta pregunta, los retornos producidos son, en términos de marca, percepciones positivas por parte de los otros, de mis públicos, en un espacio que se configura como la antesala de la reputación individual.

¿Manos que no dais, qué esperáis? “, se titula un post de Jessica Buelga sobre la importancia de la generosidad en el ámbito de las relaciones laborales. “Estoy hablando de crear puentes entre personas con tan solo una llamada para facilitarles la vida cuando a ti apenas te supone un minuto”. Puentes que unen las dos orillas de la marca personal (el yo y el nosotros) sobre el río en el que navega el valor de nuestros conocimientos y experiencias. Un caudal que se empobrecerá sin la aportación de afluentes y la contribución a efluentes y que debe desembocar en el océano de los conocimientos compartidos.

La gestión activa de la marca personal es también la mejor forma de combatir las etiquetas que los demás nos irán poniendo a partir de observaciones parciales de nuestras conductas o de opiniones ajenas. Si queremos poner a remojo los prejuicios que nos rodean es imprescindible regar las percepciones mediante la acción consistente de nuestros valores. Las personas juzgan las conductas más que los conocimientos. Los “peros” que acompañan a muchos juicios sobre una persona suelen etiquetar las formas de actuar, el hacer que a menudo no deja ver el ser que somos.

Muchas personas no son conscientes de que tras el aferramiento a su ego hay una gran dosis de ignorancia. De hecho, ignoran y desprecian lo que se están perdiendo por no abrirse a los demás. Hay dos tipos de mentes ignorantes del aferramiento propio: las que se creen en posesión de la verdad y las que tienen miedo a dejarse influenciar por el exterior. Las primeras son espíritus autoritarios que solo encuentran confort en el éxito y que, en consecuencia, suelen mostrarse iracundas ante el fracaso; las segundas responden a caracteres conservadores resistentes al cambio.

Las marcas personales más valiosas que conozco en mi entorno corresponden a personas que quieren dejar huella por sus contribuciones, no por lo que son (el cargo que describe la tarjeta). Profesionales con curiosidad intelectual que estructuran sus pensamientos y los comparten, piden y aceptan la opinión de los demás, consultan las decisiones a sus valores personales y son conscientes de la repercusión de sus acciones.

Competimos, según Tom Peters, en una economía de agentes libres”, un mercado en el que las marcas personales son fundamentales para diferenciarse. El egocentrismo está reñido con esa economía movida cada vez más por individuos (y menos por empresas) que encuentran su valor en las redes que tejen mediante relaciones entre iguales. La moneda de cambio que cotiza en este mercado son las ideas y los conocimientos.

Por eso, detrás de una marca personal de éxito hay un gran desprendimiento, una fuerza que nos permite combatir la dependencia de la vanidad individualista. Ya lo dice uno de los principios del budismo: “Cuida el exterior tanto como el interior, porque todo es uno”.

 

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