«Otoño caliente» es un clásico veraniego que anticipa las expectativas de conflicto tras el retorno de las vacaciones. Durante la última década no recuerdo un sólo año en el que el tópico no se haya colado en algún titular, casi siempre vinculado a la advertencia sindical ante cualquier cambio en el status quo de las condiciones laborales. Y aún así, después de tantos «otoños calientes» la protección social al trabajador es la más endeble desde la restauración de la democracia. En consecuencia, caldear la estación otoñal nunca ha servido para calentar el cocido de la clase salario-dependiente.
Este verano de 2012 el pronóstico de un otoño caliente apunta hacia la profesión periodística. El ruido de Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) amenaza el sosiego estival de cientos de periodistas, tal vez miles, que perciben las consecuencias de la triple crisis que sufren los medios: económica, fundamentalmente por la caída de la publicidad; tecnológica, sin que acabe de emerger un modelo de negocio sostenible; y cultural, directamente relacionada con la anterior y con los nuevos hábitos informativos y de acceso a contenidos.
La presidenta de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), Elsa González, calculaba recientemente que más de 6.000 periodistas han perdido su empleo desde el inicio de la crisis, cifra que podría elevarse a 8.000 a finales del presente año. «La sociedad debe ser consciente de que si el periodismo pierde calidad, se debilitan la democracia y las libertades”, aseguró durante una rueda de prensa celebrada en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), que acogió un curso de la Escuela de Periodismo Juantxu Rodríguez. A su juicio, “ese camino ya se ha iniciado” y los “grandes perdedores de esa debilidad informativa son los ciudadanos«.
De momento, los grandes perdedores son los periodistas. Y si pierden los periodistas, pierde el periodismo.
El periodismo es, en esencia, la suma de dos procesos: el intelectual, que consiste en seleccionar el hecho que se considera noticioso y encajarlo en un formato atractivo para su consumo; y el industrial, que constituye la confección y distribución del mismo. Es evidente que hay mucho más valor en el primero que en el segundo. La tecnología facilita enormemente ambos procesos. Además, elimina una parte muy importante de los costes de producción y distribución. Y, sin embargo, en esta fase de transición del modelo de negocio, el desempleo se está alimentado no sólo de los oficios directamente afectados por el cambio tecnológico (imprentas, distribuidoras y quioscos), sino también del que, en principio, debería salir beneficiado por su mayor protagonismo: la redacción.
El templo del periodismo, esa sala que vibra con la noticia y se estresa antes del cierre o del arranque de la emisión, está perdiendo a sus veteranos, aquéllos que mejor saben donde habita la noticia y cómo extraerla de su escondrijo. Algunos creen incluso que internet, cual cementerio de elefantes, es la única salida. Curiosa metáfora: lo que les mata, aunque sea indirectamente, también concede una prórroga a su vida profesional, pero ¿a qué precio?
Todos los editores (o los ejecutivos que dirigen los principales grupos editoriales) coinciden en el diagnóstico e incluso en la medicina más adecuada, pero no acaban de atinar con el tratamiento. Es verdad que los principales, sobre todo los que se agrupan en la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE), creen que hay un exceso de oferta y que, en consecuencia, se van a producir procesos de concentración. Todos hablan también de los contenidos, del rigor, de la relevancia de las marcas; y, sin embargo, en el caso de periódicos y revistas, antes invertían en promociones y ahora lo hacen en reducciones de plantilla. Son excepción los medios que han invertido en contratar a periodistas, y lo curioso del asunto es que no les va mal.
La gente quiere historias, no sucesos. Las primeras movilizan los sentimientos, generan interés social y provocan una revisión del ideario personal. Los segundos apenas son útiles para ilustrar el debate político. Por ejemplo, no es lo mismo contar los incendios de la isla de La Gomera desde la perspectiva de los vecinos desalojados o de las brigadas forestales que los fríos teletipos (también necesarios, por supuesto) con las declaraciones de los políticos apelando a las responsabilidades del gobernante de turno. El primer caso requiere moverse sobre el terreno, recoger testimonios, captar los dramas y transformarlos en una historia que apetezca ser leída. Para el segundo basta con permanecer atento a la pantalla a la espera del comunicado correspondiente.
Y las historias son construidas por periodistas que saben combinar el terreno y la pantalla, que son capaces de identificar la rendija por la que se cuela una noticia, que saben describir con destreza el contexto de una información, a menudo mucho más importante que el hecho puntual en sí mismo, y que tienen la ambición de conectar con su público. Periodistas, al fin y al cabo, que sientan su oficio, ganen unos salarios acordes con su responsabilidad y, por ende, tengan la vocación de enseñar de palabra y obra, incluso en ocasiones también de omisión, a los becarios, ¡benditos meritorios!, que hoy pueblan las redacciones.
Los profesionales que capturan las noticias y saben transmitirlas, junto con los analistas y firmas de opinión, son los que construyen la marca del medio. Son, pues, la mejor inversión posible. Este otoño muchos periodistas pasarán frío, pero cuando más frío pasen más cerca estarán muchos medios de la congelación de su negocio.
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«La mejor forma de recuperar el periodismo es devolvérselo a los periodistas. A ellos les corresponde gestionar la verdad de los hechos para ofrecérsela a sus lectores, oyentes y espectadores. A ellos les concierne tomar lo mejor del lenguaje para enriquecer el relato informativo. A ellos les interesa reivindicar los tres vectores del periodismo para evitar que el entretenimiento solape la noticia bajo un manto de frivolidad. A ellos les honra pertenecer a cabeceras que exhiben su marca cuál garantía de credibilidad. A ellos les interesa retomar la agenda informativa para evitar que el mundo sea sólo una versión de parte. A ellos les corresponde defender las lindes de un oficio que, como decía Gabriel García Márquez, debe ser para el que lo ejerce el mejor del mundo«. (Fragmento extraído del post «Retorno al periodismo«).
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4 comentarios
El problema del periodismo hoy en día es que se ha convertido en taquigrafía. Nosotros los ciudadanos no queremos que se repiten las palabras de políticos chorizos y terroristas financieros, banksters así, sin más. Queremos periodismo con 2 c*j*nes que no se arruga ante presión política ni suaviza nada a cambio de acceso.
Eso es la verdadera crisis de periodismo.
Hombre, David, no pongamos sobre los hombros de los periodistas una responsabilidad que es de todos los ciudadanos. Me gustaría una sociedad con ciudadanos valientes en todos los sectores, no sólo el de la comunicación, que no se arruguen ante la presión política, ni financiera, ni chorizos…
Veo taquigrafía por todos lados: en la televisión, en la compra, en el parlamento, en las promesas electorales.
Una buena reflexión para empezar el curso. Un saludo, @NormaDra
Pues sí, históricamente, las crisis siempre han sido peores aún para los periodistas. Algunos aprovechan la excusa para solventar venganzas guardadas y otros para hacer limpiezas empresariales pendientes…
En cuanto al tipo de periodismo que esperamos, cada uno es libre de elegir el medio: combativo o simplemente, informativo. Afortunadamente, la comunicación online nos ofrece también nuevas alternativas informativas (y de trabajo…;).
Estoy de acuerdo con la valentía del periodismo combativo, ya que si no se denuncia algo delictivo como la corrupción en los medios se pierde una parte muy esencial de su función, eso sí, nunca tergiversando la información con la tapadera de un artículo de opinión, ya que se puede opinar pero siempre manteniendo la exposición de los hechos concretos.
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