El coach te acompaña en tu camino hacia la meta. Fotografía de Nardo Villaboy.

 

1. No trabajes con expectativas, sino con objetivos.

Si somos optimistas, tenderemos a crear altas expectativas, cuyo incumplimiento será una fuente de frustración; si, por el contrario, el pesimismo nos pesa más, viviremos permanentemente por debajo de nuestro potencial. La expectativa no moviliza, es la expresión de un deseo basado en experiencias anteriores, habitualmente en las mejores.

Debemos sustituir expectativas por objetivos y éstos, a su vez, deben formar parte de una visión. Es muy útil aprender a visualizar los objetivos: dónde estamos, qué sentimos allí, quién está a nuestro alrededor, qué vemos hacia delante y qué hemos dejado atrás.

La expectativa es una ilusión que se mueve al pairo de nuestras exigencias, es como mirar al horizonte sin fijar la vista en parte alguna y ponerse a caminar. El objetivo es una meta que está situada en un lugar concreto, a una distancia que se puede calibrar y a la que se accede a través de un camino que está señalizado con hitos.

 

2. No eludas tu auténtica naturaleza.

Nuestro ser tiene claros y sombras, fortalezas y debilidades. El instinto de supervivencia que impregna nuestro cerebro reptiliano nos empuja a explotar nuestras mejores habilidades, apalancar en ellas nuestro progreso como persona. Sin embargo, poner el foco en las zonas de luz no implica marginar las sombras. Nuestras debilidades están ahí, no pueden ni deben ser ignoradas, hay que conocerlas, debilitarlas, vallarlas en el territorio de las “cosas a mejorar”. Debemos poner luz al lado oscuro, entre otras razones para descubrir que no es tan oscuro, ni tan débil, ni tan distinto.

La mejor forma de gestionar nuestra naturaleza es conocerla para no violentarla, sino para utilizarla como combustible en el camino hacia nuestros objetivos.

 

3. Identifica tus emociones y las de los demás.

Vivimos tiempos (tal vez siempre fueron así y no lo sabíamos) en los que la razón y la emoción buscan un nuevo equilibrio. Las segundas recuperan espacio en detrimento de las primeras. Dada nuestra educación cartesiana, nos empeñamos en justificar con razones decisiones que son esencialmente emocionales.

Algunas de las personas más descontroladas emocionalmente que he conocido eran las que en apariencia mostraban una mayor racionalidad. En ocasiones dejaban atrás la frialdad en la toma de decisiones y se abandonaban a erupciones emocionales de intensidad volcánica.

La única forma posible de gestionar nuestras emociones es identificarlas, descubrir cómo nos afectan, qué comportamientos nos inducen e inducimos en otros. Tenemos que mirarnos al espejo y vernos de fuera a dentro, identificarnos con nuestro ser interior para fundirlo con nuestra auténtica personalidad.

Identificar las emociones de nuestros interlocutores implica en sí mismo un ejercicio de empatía que tiene un gran valor emocional para quien lo percibe. Ponerse en el lugar del otro no es sentir como él, eso sería simpatía, sino entender su emoción, lo cual nos permite ver el contexto y atinar en la respuesta o reacción.

Recuerda que estar triste no es malo, lo malo es no saberlo.

 

4. Habla menos y escucha más.

Si los tertulianos no estuviesen bajo el foco de los medios de opinión, nadie querría parecerse a ellos en su versión pública. Porque en general son personas que solo se escuchan a sí mismas, en ocasiones ni siquiera a sí mismas porque si lo hiciesen serían conscientes de algunas barbaridades que pronuncian. El tertuliano no escucha, emite opinión partidaria.

Nuestro mundo requiere más y nuevas conversaciones. Allí donde hay un conflicto falta una conversación. Toda conversación comienza con la escucha, que debe ser activa, con el fin de alcanzar el máximo nivel de atención: la empatía.

Escuchemos más con el alma abierta a todas las opiniones. Seamos conscientes de nuestros prejuicios, que condicionan nuestro nivel de escucha y, sobre todo, la riqueza de nuestras respuestas. Pasemos del prejuicio al juicio (fundado en hechos) escuchando a los demás y a nosotros mismos.

Si escuchamos bien, hablaremos con más propiedad y, sobre todo, con más capacidad para generar empatía.

 

5. Cuida tu lenguaje.

Los seres humanos son seres lingüísticos, seres que viven en el lenguaje”, dice Rafael Echeverría, referencia del coaching ontológico. El lenguaje no solo nos permite hablar sobre las cosas que suceden, sino hacer que sucedan cosas. En consecuencia, si queremos cuidar nuestra realidad, que incluye la percepción que sobre nosotros tienen otros, debemos cuidar nuestro lenguaje.

Un insulto suele dejar una huella emocional que tarda en borrarse. Las palabras son vocablos que se clavan en el alma. Utilizar un lenguaje preciso facilita la comprensión, hace más eficiente y productivo el diálogo, encamina el entendimiento de las personas.

Un buen ejercicio consiste en analizar cómo hablamos, cómo decimos las cosas, qué palabras utilizamos, de qué giros somos rehenes… Por ejemplo, cuantas veces utilizamos el “no” delante de nuestras respuestas o incluimos un “pero”.

No solo somos lo que decimos, pero sí somos, sobre todo, lo que decimos que vamos a hacer y hacemos.

 

6. Escucha a tu cuerpo.

El cuerpo emite mensajes incluso cuando está dormido. El cerebro jamás descansa, está decodificando los mensajes que le envían el cuerpo y la mente. Es fundamental para la salud de ambos aprender a leer los mensajes que emiten.

Somos un 80% de agua, un manojo de nervios y química, mucha química. Escuchemos que nos pide el cuerpo, qué empieza a rechazar, qué esfuerzos o renuncias nos reclama. Hemos de desarrollar una mayor consciencia corporal y aprender a conectar con nuestros sistemas nervioso y muscular. No sólo el cuerpo se habitúa al ejercicio, también la mente.

El deporte es la droga más sana a la que podemos engancharnos.

 

7. Haz todos los días algo que te cueste.

Todos los días nos dejamos llevar por pequeños actos que nos producen satisfacción. Esos cinco minutos de ronroneo en la cama antes de levantarnos son una concesión a nuestro tálamo emocional.

Sin embargo, hay mucha más reserva de endorfinas en los actos que se nos resisten, aquellos que están más lejanos a nuestra forma de ser o conectan con nuestros miedos. No es mal ejercicio proponerse hacer todos los días algo que nos cueste, como llamar a aquella persona de la que intuimos una respuesta negativa o enfrentarnos a una situación conflictiva. Vencer a un miedo conlleva una mayor recompensa que dejarse llevar por lo que nos produce placer.

La zona de confort es una trampa que limita nuestro desarrollo personal y profesional. Nuestra vida es una combinación de ratos de sofá y caminatas por sendas cuya inclinación dependerá de donde situemos la cima.

 

«La vida no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene«.

 Josh Billings, humorista estadounidense.

 

Feliz Año Nuevo.

 

Un comentario

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Sergio Aguilar
01.01.2017 a las 22:08 Enlace Permanente

Me parece que la frase de Josh Billings resume perfectamente el sentido del post y la actitud necesaria para superar cualquier reto/meta en la vida: “La vida no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene“.

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