La desigualdad crece en las sociedades que se denominan desarrolladas.

La desigualdad crece en las sociedades que se denominan desarrolladas.

El mundo se enfrenta a tres grandes desafíos (social, medioambiental y tecnológico) que pueden sintetizarse en uno solo: lograr el equilibrio entre los intereses individuales y los colectivos.

El desafío social tiene un nombre lacerante: desigualdad.

Hace 20 o 30 años las desigualdades entre las sociedades desarrolladas y las que no lo eran crecía, mientras que la desigualdad en el interior de una misma sociedad (rica), disminuía. Y creíamos, al menos nosotros, los europeos, que con nuestro Estado de bienestar habíamos solucionado el problema de la desigualdad. Pero desde hace 20 o 30 años la distancia entre los países desarrollados y la del resto del mundo está disminuyendo, y, por el contrario, en el interior de las sociedades ricas las desigualdades se están disparando. Hay informes que dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están llegando a los niveles del siglo XIX”. Así alerta el sociólogo polaco Zygmunt Bauman sobre la amenaza que representa la desigualdad en su último libro, «¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?».

La respuesta razonada de Bauman al título del libro es negativa. Lo ha sido siempre para los denominados «países del tercer mundo«, pero lo es ahora también para el tercer mundo de los países supuestamente desarrollados, un eufemismo que se utiliza para referirse a los más ricos. La ansiedad y el miedo a perder el elemento básico que asegura su bienestar, el trabajo, atenaza a las clases medias ‘salariodependientes’. La precariedad amenaza con convertir a las clases medias en proletarias y, por efecto de la globalización, condenarlas a la pobreza.

Ya no hay tercer mundo. Solo existen dos: el de los que tienen acceso a oportunidades para trascender a su suerte geográfica o social y el de los que no las tienen. La frontera no está en el Sahel ni al otro lado de la frontera con Estados Unidos, sino muy cerca de cada uno de nosotros, a la vuelta de la esquina en muchas ocasiones.

Así lo cree Cáritas. En su estudio «Desigualdad y derechos sociales», el presidente de Cáritas, Rafael del Río, advierte que «la diferencia en el acceso a los derechos marcarán nuestra estructura social en los próximos años». A su juicio, «seremos la sociedad  –cohesionada o fragmentada–  que construyamos ahora (…). Ya hemos constatado que nuestro modelo social cuando crece no distribuye y cuando carece relega la necesidad de la cohesión y amplía la ruptura social«.

El desafío medioambiental tiene un nombre muy manido: sostenibilidad.

Es verdad que la ecología es una preocupación ya interiorizada por las sociedades más avanzadas, pero también lo es que las decisiones que están tomando son manifiestamente insuficientes. De hecho, en muchas partes del mundo la población crece a tasas que los recursos ambientales disponibles no pueden sostener, muy por encima de todas las expectativas razonables de mejora en materia de vivienda, atención médica, seguridad alimentaria o suministro de energía.

He aquí otro dato que evidencia el desequilibrio entre el hombre y la naturaleza: alrededor de un 40% de la producción fotosintética primaria de los ecosistemas terrestres es usado por la especie humana cada año básicamente para comer y obtener energía a partir de la combustión de la madera, es decir, el único ser vivo consciente de su suerte está próximo a consumir tanto como el conjunto de las otras especies.

Hemos superado la capacidad de recarga del Planeta. Según los expertos en sostenibilidad reunidos en el Foro de Río + 5, harían falta tres Tierras para que los 9.000 millones de habitantes que se prevén en 2050 pudieran alcanzar un nivel de vida semejante al de los países desarrollados hoy. Los expertos calculan en 1,7 hectáreas la biocapacidad del planeta por habitante, mientras que en la actualidad la huella ecológica media es de 2,8 hectáreas.

El desafío tecnológico puede ser una oportunidad o una amenaza para los dos anteriores.

Según el profesor de la universidad de Valencia Ernest García,  «el aprendizaje requiere tiempo para seleccionar positivamente las adaptaciones viables«. A su juicio, «una sociedad se torna inviable cuando tiene más y más opciones en intervalos temporales más y más cortos«. La tecnología está impulsando precisamente esa aceleración y creando una brecha entre quienes tienen acceso y recursos para asimilar los avances y quienes no los tienen.

Es innegable el poder transformador de la tecnología, mucho más profundo del que somos capaces de percibir o incluso de imaginar. Sin embargo, esa fuerza multiplicadora no está al servicio de reducir la desigualdad ni logra frenar aún las tendencias autodestructivas del ser humano en su relación con el ecosistema que habita.

Aún así, la tecnología está creando un mundo más conectado y, en consecuencia, más consciente. Una sociedad con conciencia global que, coaccionada con el espíritu de supervivencia, mira primero para sus necesidades locales. Como herramienta y como espacio para la comunicación, las redes están creando el caldo de cultivo para que los gobernantes se vean obligados a cambiar sus políticas. El clamor acabará convirtiéndose en discurso y éste en la guía de un programa de acción para contener a los egoísmos individuales mediante nuevas leyes jurídicas y morales.

Es imprescindible que las empresas comiencen a preguntarse cómo están afrontando estos tres desafíos. Porque la única forma de encontrar las respuestas es hacerse antes las preguntas.O esas preguntas se hacen desde dentro o se harán desde fuera y entonces las respuestas tendrán menos margen para la voluntariedad.

Alguien tiene que ser el primero en preguntar. Ese alguien puede ser el responsable de comunicación, aquél que debe aportar una visión holística de la actividad empresarial. Es o debe ser el Pepito Grillo de las organizaciones. La triple cuenta de resultados o el informe integrado son ejercicios útiles para empezar a ensayar respuestas particulares a las preocupaciones globales.

El responsable de comunicación es el embajador de ese nuevo clima social y político que se asoma a la ventana de las organizaciones y que cada vez tendrá más consecuencias económicas. Para ver ese más allá hay que dejar de mirarse en el espejo del conformismo y levantar la vista al horizonte con el ánimo sincero de recorrer el camino hacia él. Si el dircom no ve está oportunidad es que está ciego o finge su somnolencia.

 

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