07Feb
2012
Escrito a las 10:28 pm

En la política el éxito debe traducirse como la capacidad para propiciar el avance social, más allá de puntuales victorias y derrotas electorales. También cabe una conceptualización en términos de poder, cuya retribución puede materializarse  en influencia económica o en reconocimiento. Sea como sea, el auténtico éxito político no consiste en ganar unas elecciones, sino en ganarse a los electores, incluso a los que no te votan, e influir en su forma de entender la arquitectura social.

Es verdad que, acuciados por la prisa, los políticos, como si de entrenadores de fútbol se tratara, tienen cada vez menos tiempo para alcanzar el éxito, porque son juzgados con mucha crudeza y poco rigor en cada cita electoral. Un examen en el que los propios, alentados por un clima social que sobre-pondera el cambio,  suelen ser los primeros en pasar factura.

Junto a la escasez de tiempo, pareciera que tampoco es generoso el espacio entre ideologías. De ahí que, al menos en Europa, los partidos con más posibilidades de gobierno deriven hacia un centro cada vez más disputado. El centro se ha convertido en un espacio indefinido entre izquierda y derecha, cuya senda está iluminada por el pragmatismo y la inmediatez del tiempo conjugado en rabioso presente y, si acaso, en un futuro que está a la vuelta de la esquina.

No obstante, sí hay tiempo y espacio para construir una historia que, en negación de la teoría de Francis Fukuyama, tenga la capacidad de crear alternativas a la doctrina política dominante. Un discurso que tenga una auténtica vocación de cambio a largo plazo, que siembre valores en las raíces de la convivencia y no renuncie a la utopía.

Las historias de éxito requieren ideas propias, un relato que capte la atención del público y unos personajes que emocionen con su interpretación. El PSOE acaba de elegir a sus nuevos personajes, pero tanto el relato como las ideas necesitan una profunda revisión. El gran desafío de Alfredo Pérez Rubalcaba y su equipo no es demostrar que pueden convertirse en la alternativa al gobierno de la derecha liberal y pragmática que encabeza Mariano Rajoy, sino construir un discurso doctrinal que, como ha calificado Ignacio Escolar (@iescolar) en su cuenta de Twitter, saque al socialismo del colapso.

El nuevo alegato socialista tiene que huir de la trampa que le tiende la dicotomía izquierda-derecha. El maniqueísmo alimenta las opciones ‘anarco-ideológicas’ que, en general, consagran las libertades individuales sobre la convivencia colectiva. Probablemente el ideario socialista debería beber en el principio de la solidaridad, el más opuesto posible al egoísmo que ha inflado las diversas burbujas de los últimos decenios y que ha deflactado la escala de los valores universales.

Desde el ejercicio solidario del poder, ya sea económico o político, se puede construir una sociedad más justa, en la que el Estado actúe como juez y no como parte, y en la que lo público no sea un espacio, sino una responsabilidad temporal que evite la codicia de lo privado.

La alternativa no son las personas, sino sus ideas. El PSOE ha elegido entre sus personas a las que creía que aportaban más ideas. Ahora esas ideas deben ser trenzadas, asociadas a una realidad que suspira por un cambio de tendencia y relatadas con convicción, sin gritos ni gallos.

 

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