Imágenes falsas del Papa Francisco creadas y distribuidas por Midjourney, una aplicación de inteligencia artificial generativa.

Los seres humanos interactuamos de forma frecuente con inteligencias artificiales desde hace una década. Sin embargo, los orígenes del concepto se remontan a los años 50 del siglo XX. Justo en el primer año de esa década, Alan Turing crea una prueba de comunicación verbal entre una persona y una máquina para evaluar la capacidad que tiene la segunda de hacerse pasar por humano. Esa prueba fue conocida como el Test de Turing, cuya superación por parte de una inteligencia artificial algunos científicos sitúan apenas a 15 años vista de la actualidad.

Seis años más tarde, en 1956, el informático John McCarthy acuña por primera vez el término «inteligencia artificial» (IA) durante una serie de conversaciones con expertos de diversas disciplinas mantenidas en Darmouth (Estados Unidos), en las que llegan a la conclusión de que su desarrollo requeriría un esfuerzo multidisciplinar y una tecnología de la que se carecía en aquella época.

En 1957, el psicólogo estadounidense Frank Rosenblatt diseña la primera red neuronal artificial, el primer software que podía aprender mediante ejercicios de prueba y error. A partir del trabajo de Rosenblatt, Marvin Minsky escribe en 1969 el ensayo Perceptrones (neuronas artificiales), investigación que se volvería un pilar en el estudio de las redes neuronales para el desarrollo de la IA.

Sin embargo, el momento en el que la Humanidad empieza a ser consciente del poder de la tecnología para alcanzar escenarios propios de la ciencia ficción se produce en 1996 cuando una supercomputadora creada por IBM y denominada Deep Blue vence al campeón del mundo de ajedrez Gary Kasparov. A partir de este hecho se dispara la imaginación y los augurios, hasta el punto de que el ingeniero Raymond Kurzweil, aplicando la Ley de Moore, predice que las máquinas alcanzarán un nivel de inteligencia humano en 2029 y que en 2045 habrán superado la inteligencia de nuestra civilización en un billón de veces. Este será el momento en que alcancemos la singularidad tecnológica.

Al crear las tres leyes de la robótica en 1942, Isaac Asimov fue tal vez el primero en abordar la relación hombre-máquina desde un punto de vista ético. Hoy el debate se ha suscitado en toda su intensidad al calor del éxito de ChatGPT y de aplicaciones, como Midjourney, capaces de generar textos e imágenes a partir de instrucciones escritas. Tales herramientas no se preguntan si sus creaciones son ciertas o no, ni tienen capacidad para evaluar la intención de quien las pone en funcionamiento, es decir, no operan con un criterio moral. Y aprenden igual de lo que diga o escriba un mentiroso que de lo que asegure una persona que tiene a la verdad como guía.

Prueba de ello ha sido la controversia generada por una imagen falsa del Papa Francisco vestido con un anorak de Balenciaga. Esta imagen -que no una fotografía por su desconexión con la realidad- fue producida y distribuida por Midjourney, una aplicación gratuita creada por el laboratorio del mismo nombre que permite generar imágenes a partir de descripciones textuales. Una vez lanzada a las redes fueron miles las personas que expresaron su opinión sobre la imagen, la mayoría en contra, sin percatarse ni preocuparse de contrastar el origen y la autenticidad.

Si bien Midjourney tiene un código de conducta («No sea un idiota. No use nuestras herramientas para crear imágenes que puedan inflamar, molestar o causar dramatismo. Eso incluye gore y contenido para adultos. Sea respetuoso con otras personas y con el equipo«), no cabe esperar que sea respetado por todo el mundo, más bien al contrario, será ignorado por aquellos que quieran aprovechar su tecnología generativa para distribuir mentiras y bulos.

La preocupación por la utilización maligna de la inteligencia artificial ha llevado a un grupo formado por más de mil firmantes a pedir una pausa de seis meses en el entrenamiento de esta tecnología para calibrar los riesgos que entraña, a su juicio, «una amenaza para la humanidad«. Personalidades tan dispares como Yuvah Noah Harari y Elon Musk se encuentran entre los firmantes, aunque este último es uno de los inversores más activos en el campo de la IA, que está inmersa en «una carrera fuera de control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden comprender, predecir o controlar de forma fiable«.

Lo cierto es que la verdad está en peligro porque nunca en la historia de la Humanidad ha habido tantas herramientas disponibles para crear y distribuir mentiras. La trola se ha globalizado. El desarrollo de la inteligencia artificial requiere una nueva regulación pública y privada. La primera debe emanar de las instituciones; la segunda, de las personas.

En el ámbito de la regulación pública, el comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, anunció recientemente que el Parlamento Europeo se pronunciará en breve sobre una propuesta de un reglamento para ordenar el uso de la inteligencia artificial, que abarca a territorios tales como el reconocimiento facial, sistemas de puntuación social (social scoring) y creación de textos e imágenes, incluido el deep fake. Una de las ideas que se abre paso en la obligación de notificar de alguna forma que un texto o imagen ha sido creado por IA.

Esta notificación en forma de sello fue incluida por el diario El Mundo el pasado día 4 de abril en una fotografía de Yolanda Díaz y Pablo Iglesias generada por IA y publicada en la portada. A pesar de la identificación, varios medios y profesionales de la información, especialmente fotoperiodistas, se mostraron contrarios a esta práctica.

En el ámbito de la autorregulación, la inteligencia artificial tiene una dimensión ética en la que es imprescindible formar a las personas. El primer mandamiento debería ser la verdad, una exigencia que realmente debería aplicar para cualquier acto de comunicación. Y el segundo estaría relacionado con las consecuencias de los actos producidos a partir de la inteligencia artificial.

No se trata de poner puertas a la IA, sería iluso pretenderlo, sino de conducir el desarrollo de la tecnología más poderosa de la historia de la Humanidad al servicio de una mejora de los seres humanos. La inteligencia artificial debe ayudarnos a proteger la verdad, que no está amenzada por la tecnología, sino por la inteligencia humana.

Un comentario

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