Sueña extraño, pero tiene todo el sentido. Mientras medio mundo se dedica a promover posverdades, fake news, versiones interesadas y hechos sin contrastar, el otro medio debe afanarse en cuidar la verdad, las noticias ciertas, las versiones identificadas como tales y los hechos contrastados y no separados de las emociones que provocan o que los provocan.
La verdad es una ciudad sitiada por muchas tribus que aspiran a derribar sus muros con el impulso de la mentira y armados con una falsa e insolidaria moral proteccionista (proteger a los suyos). Tal impulso será tanto más fuerte cuando mayor sea el porcentaje de personas a las que les cueste distinguir entre verdad y mentira. Incluso, cual caballo de Troya, tales grupos usan catapultas de opinión para intentar convencer a los sitiados de que la verdad entre ella misma y la mentira está en el punto medio, allí donde las versiones se inclinan con facilidad en función de los intereses y las circunstancias.
La verdad no se ha puesto de moda, simplemente se sitúa puntualmente bajo los focos cuando la mentira se hace evidente. El escándalo Volkswagen, que da lugar aún a emocionantes declaraciones públicas sobre la verdad, afloró cuando la mentira se hizo insoportable, entre otras razones, porque comenzaba a arrostrar consecuencias legales. En este contexto, la verdad se ha convertido en un recurso, en una estrategia de comunicación, más que un valor social de referencia. La verdad ha sido desplazada de los principios hacia los fines.
Definitivamente la verdad necesita un buen director de comunicación.
En el evento recientemente organizado por LLORENTE&CUENCA para presentar el informe M&A Communications Monitor 2017, el exministro Jordi Sevilla afirmaba que los comunicadores tenemos que trabajar “para que la verdad sea creíble”. Tal aseveración puede sonar contradictoria, porque la verdad debería tenerse en pie por sí sola, pero no es así en unos tiempos que corren demasiado rápido para pararse a reflexionar sobre lo que es cierto y lo que no lo es.
La velocidad, en realidad se trata de la prisa- aparece como aliada de la mentira, porque no deja suficiente espacio para que los análisis disciernan entre hechos y percepciones, ni para cuestionar la fiabilidad y la motivación de las fuentes. Y, además, porque la mitad de la población, según el Trust Barometer 2018, carece de la paciencia y de la voluntad suficientes para escuchar opiniones que no coincidan con las suyas.
El testimonio de la prensa
En su obra “El arte de cuidar: atender, dialogar y responder”, el profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia Agustín Domingo Moratalla establece una clara conexión entre la verdad y su testimonio: “No estamos ante el campo semántico de una verdad o una tradición despersonalizada, sino ante una verdad mantenida, vivida y testimoniada. Y por eso estamos ante un campo determinante no solo para la verdad, sino para la mentira, un campo que nos recuerda la fragilidad o vulnerabilidad de los testimonios, un campo que no es únicamente de las expresiones lingüísticas, sino en las obras históricas. Cuando el espíritu de la mentira contamina el corazón mismo de la búsqueda de la verdad se produce el paso en falso que Ricoeur llamaba <<de lo mal a lo totalitario>>”.
La verdad se genera al menos en dos dimensiones, cada una de las cuales requiere un fuerte compromiso moral. La primera es la creación. La verdad nunca aparece desnuda, sino arropada por los actos del creador (pensemos, por ejemplo, en la intención que impulsa a un investigador a generar un dato estadístico) y del transmisor (por ejemplo, su propia voz o su estilo narrativo). Y la segunda es el testimonio. Ambas dimensiones conciernen a comunicadores y periodistas, entre cuyas misiones está dar testimonio de que los hechos generados y transmitidos responden a una realidad contrastada y contrastable.
De acuerdo con el Trust Barometer, el 59% de las personas aseguran que es cada vez más difícil asegurar la fiabilidad de una noticia producida por un medio. Tanto es así que los medios se han convertido en la institución con menos credibilidad desde que se realiza el barómetro, aunque al mismo tiempo y en aparente paradoja los periodistas han avanzado sustancialmente. Esta anomalía se explica porque muchas personas consideran que las nuevas plataformas de comunicación, que incluyen a las redes sociales y a los motores de búsqueda, son también medios. De ahí se deduce que los medios que quieran conservar su relevancia deben convencerse de que su reputación y credibilidad son más importantes que su audiencia. El conocimiento (awareness) no garantiza el reconocimiento. ¡Qué oportunidad para que los periodistas recuperen el control editorial de los medios!
Al calor de la responsabilidad que ejercen o deberían ejercer los medios, irrumpe aquí una tercera dimensión que nunca debería alcanzado tal protagonismo si la verdad disfrutase de una abrumadora mayoría: la acreditación. Rodeados de tanta falsedad, hoy las afirmaciones necesitan ser evaluadas, incluso auditadas por terceros. Porque hemos llegado a un punto en el que la verdad no es la opción por defecto y, en consecuencia, necesita ser respaldada. Hay que sumar a la verdad el atributo de la credibilidad. Es una tarea imprescindible para hacer frente a las legiones de manipuladores que intentan justo lo contrario: conceder a la mentira apariencia de verdad. Recuerdo en este punto la afirmación de un conocido consultor de comunicación política: “Hoy no importa la verdad, sino lo que es verosímil, lo que la gente es capaz de creer”.
¿Cómo podemos los comunicadores cuidar a la verdad?
En primer lugar, respetando los códigos de conducta que voluntariamente asumimos. En esta línea, no estoy seguro de que los profesionales que se integran en la Asociación de Directivos de Comunicación (Dircom) sean suficientemente conscientes de que al hacerlo están suscribiendo el código ético de la propia Dircom y, en tanto que ésta ha firmado el de la Global Alliance for Public Relations and Communication Management, también éste. En cualquier caso, el respeto a los códigos deontológicos se demuestra con hechos, tomando decisiones difíciles que nos sacan de la zona de confort y que incluso a corto plazo parecieran ir contra los intereses de la organización.
En segundo lugar, haciendo una decidida apuesta por el rigor en los contenidos que generamos. La narrativa de nuestras organizaciones tiene que ser sólida, estar cimentada en hechos contrastables y circular unida a su contexto. Este es una parte muy importante de la verdad, porque ayuda a entender por qué, en qué circunstancias y para qué ocurren las cosas.
Y en tercer lugar, abriendo conversaciones que permitan conciliar realidad y percepciones. Los individuos que forman los grupos de interés deben tener la oportunidad de preguntar a la organización, de indagar en sus razones. Para ello es esencial que la organización cree un sistema de escucha empática. No se trata de decir a los stakeholders lo que quieren escuchar, sino aquello que es útil y cierto para que puedan tomar sus decisiones.
La verdad no necesita un solo dircom, sino muchos, tantos como crean que la credibilidad es nuestra materia prima y que no hay mejor inversión para nuestro futuro que pagar con ella. Si no lo hacemos, la factura que la mentira -se llame posverdad o falsedad- nos pasará será cada vez más alta, hasta el punto de que no tengamos suficientes ahorros para hacerle frente.
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2 comentarios
Nueva y valiosa aportación de Jose Manuel Velasco al valor del Dircom en las organizaciones, a como esta función ha ido dotándose de cada vez más contenido y responsabilidad en el contexto actual y a las razones por las que su credibilidad es tan importante en la reputación de su organización.
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