Todos tenemos una discapacidad con la que hemos de aprender a convivir”. Solo esta cita hace que merezca la pena ver y sentir “Campeones”, la película de Javier Fesser que representará al cine español en los Oscar de Hollywood.

Tras ver y alegrarme la vida con la obra de Fesser, reflexioné sobre mis discapacidades y llegué a la conclusión de que no sólo tengo una, sino varias. Afortunadamente son menores al lado de las que encarnan los protagonistas de la película, un grupo de discapacitados intelectuales que integran un equipo de baloncesto. Alguna de esas discapacidades, como mi dificultad para expresar las emociones, no son fruto de problemas físicos, sino de la cultura dominante que acompañó mi crecimiento.

Somos rehenes de nuestros juicios y creencias. Unas nos habilitan para hacer cosas, y otras limitan nuestro desarrollo. Las creencias limitantes (“yo no puedo hacer eso”) actúan como frenos invisibles en el camino de salida de la zona de confort. Por ello es tan importante conversar con aquella parte de la personalidad que está oculta, bien porque no la vemos, bien porque no queremos verla.

Bien es cierto que el entorno no invita a pensar en clave de discapacidad, sino al contrario, en un mundo donde todo parece posible. Recientemente, Eduardo Gómez Martín, director general de ESIC Business and Marketing School, reflexionaba sobre este punto en un artículo publicado en El País: “En especial las escuelas de negocios tenemos que enseñar a procesar el fracaso y a que los alumnos encuentren los límites a sus capacidades, precisamente para aumentarlas en vez de superarlas, con el riesgo que ello conlleva. Es perjudicial el mensaje de que todo el mundo puede hacer todo, que en la realidad no hay límites a la imaginación y que puedes lograr todo lo que te propongas por imposible que parezca. Tal mensaje tiene un componente de motivación, pero puede ser muy frustrante cuando los deseos adelantan a las capacidades y la realidad te arrolla”.

Nuestro ego se relaciona muy bien con nuestras capacidades y rehuye las discapacidades, que en cualquier caso no deben ser consideradas “incapacidades”. En un proceso de desarrollo personal es muy útil identificar las discapacidades (“Todos tenemos una…”), evaluar cómo nos afectan y pensar cómo podemos combatirlas o compensarlas. De ese análisis surgirán certezas en torno a las fortalezas que poseemos y que podemos seguir desarrollando.

Porque, como los protagonistas de la película evidencian con su comportamiento, la felicidad no reside en lo que puedo hacer, sino en lo que hago con las habilidades que tengo y, sobre todo, con las experiencias que comparto con los demás.

Artículo publicado en Sitiocero

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