08Mar
2013
Escrito a las 3:40 pm

España es el primer país del mundo en deportes de equipo. Sin embargo, cuando se trata de España, el país tiene pocos fans. Fotografía de Nardo Villavoy.

 

España tuvo un presidente que dijo que España era “un concepto discutido y discutible”. Su afirmación merecería un juicio menos severo si hubiese sustituido “concepto” por “marca”. Efectivamente, España, como país, es una marca discutida, especialmente dentro de las fronteras de la geografía peninsular, y discutible, porque es imprescindible discutir para llegar a conclusiones operativas acerca de cómo gestionar proactivamente el patrimonio de sus intangibles.

La visión de España como una realidad nacional que no acaba de convencerse de lo que es, y aún más grave, que no sabe cuál es su destino “en lo universal” (si se entiende como globalización se anulan las reminiscencias franquistas) es la principal causa de la debilidad de nuestra marca-país. La segunda es que, en ausencia de convicción y mensaje unitario, las acciones que se realizan en el ámbito de la percepción de España son escasas, inconexas y carecen de planificación estratégica.

La marca país es un asunto que atañe a todos y cada uno de los españoles, desde el primero al último. Es decir, cada uno de nosotros tiene que preguntarse qué podemos hacer por la marca España desde nuestras responsabilidades. Hay que pensar, pero también hay que hacer. Ahora bien, ese “hay que hacer” demanda orden y concierto. Y como el interés nacional es difícil de identificar entre la maraña de intereses particulares, alguien ha de ejercer el liderazgo, que viene determinado por la naturaleza y el alcance de la materia.

Como marca, España es un asunto de Estado que requiere una decidida, planificada y tenaz acción ejecutiva. Funcionalmente la responsabilidad del liderazgo recae en la Presidencia del Gobierno, desde donde debe emanar el impulso político y económico para abordar la gestión de un intangible que se vuelve endemoniadamente tangible en la prima de riesgo, en las dificultades de financiación de las empresas, en la debilidad del consumo y, sobre todo, en el miedo a un futuro que se alimenta de las incertidumbres del presente.

Si asumimos que es un asunto de Estado y estratégico, la gestión de la marca debe ser abordada con el mayor consenso posible. Sin embargo, la inevitable ausencia de unanimidad no puede ser excusa para frenar o retrasar decisiones y acciones, y mucho menos para dejar que los complejos españolistas emerjan. En consecuencia, cualquier plan que se ponga sobre la mesa tiene que mirar primero hacia el interior, para enfrentar a los españoles al espejo de su realidad y, a partir del reconocimiento de cómo somos y qué queremos ser, concitar su movilización. Incluso bastaría que tal ejercicio desactivase los mensajes desmotivadores que recorren España de punta a punta cuál fantasma de un tiempo pasado y mejor. La nostalgia solo estimula a los poetas.

Hacia el interior, el liderazgo de la marca debe asemejarse a la tarea de un coach. Los españoles no podemos engañarnos con la idea y el deseo, propios de Perogrullo, de que la crisis pasará, incluso de que saldremos fortalecidos de ella. Necesitamos que alguien con criterio suficiente nos diga por qué hemos llegado hasta aquí, qué hemos hecho mal y en qué debemos cambiar para superar la dolorosa coyuntura actual, sin falsas esperanzas ni mentiras piadosas. Pero somos los españoles, una vez abiertos los ojos a todas las perspectivas de la realidad, quienes con nuestro esfuerzo en el ámbito que es inherente a nuestra actividad profesional, y un poco más allá si es posible, invirtamos una tendencia a la baja poco discutida y, desde luego, nada discutible.

España, como marca, necesita un coach, un plan de carrera (larga) y los recursos necesarios para que seamos capaces de pasar de las palabras a los hechos. La moral del país, golpeada no solo por la crisis, sino también por una sucesión de escándalos que socavan la credibilidad de las instituciones y de la propia democracia, no admite demora. Cada hora que pase es un tiempo más en horas bajas.

 

Artículo publicado en el número de marzo de la revista Capital.

 

2 comentarios

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jordicastillo
09.03.2013 a las 02:09 Enlace Permanente

Estimado:
En primer lugar decirte que es un gusto leerte!!!
Estoy tan absolutamente de acuerdo contigo, lo describes de una forma tan clara y meridiana que estoy convencido que sabes la respuesta. Con cierto sabor a discurso Kennedyano, remarcas que la cuestión no es que puede hacer España por nosotros, al contrario, que podemos y debemos hacer nosotros por este país. Los aspectos mas preocupantes son a mi juicio, la desmoralización , la tristeza colectiva que adquiere una sociedad que piensa que este país no tiene remedio.
Y la gran pregunta que me viene a la mente es sencilla: Tenemos entre nuestros representantes pólíticos, sociales o empresariales personas con autoridad moral y ganas para cohesionarnos que tenga un proyecto, una visión universal de donde debemos dirigirnos?. Yo no lo conozco pero si que intuyo que tú tienes claro quien deberia ejercer de «Coach» para salir fortalecidos de este marasmo.

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JMV
09.03.2013 a las 09:40 Enlace Permanente

Querido Jordi:
Gracias por tus palabras y tu contribución. Comparto tu diagnóstico acerca de la depresión y desesperación colectivas. Necesitamos líderes más que nunca, pero o no tenemos o no se manifiestan y desde luego no se quieren dedicar a la política, que debería ser cosa de todos. Así pues, lo que toca es que cada uno de nosotros haga lo que pueda con la mayor generosidad posible.

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