20Jul
2010
Escrito a las 12:00 am

Nadie nos había preparado para esta crisis porque nadie nos enseña a encajar la derrota. Incluso aquellos padres responsables que inculcan a sus hijos, ya desde la cuna, los sinsabores de una vida plagada de episodios no placenteros, compiten en desigualdad con un entorno que ensalza la victoria, preferentemente por la vía rápida, como el supremo objeto de deseo.

El pecado viene de lejos, casi desde el mismo origen de la existencia social. Realmente la vida es un episodio con final triste. No cabe victoria alguna ante la certeza de la muerte, ni siquiera el consuelo de una vida eterna en el recuerdo para aquellos que logran trascender a su tiempo. Me temo que incluso muchos de los nombres que han encontrado un hueco en la historia se removerían en sus tumbas si descubriesen la manipulación a la que son sometidas sus vidas y obras. ¡Qué podría pensar Simón Bolívar al descubrir cómo sus cenizas son exhumadas por Hugo Chávez para envolver su ‘petro-dictadura’ sin principios en las motivaciones que inspiraron al “libertador”!

Para el sociólogo Vicente Verdú, “la vida es el supremo objeto de consumo y la muerte sólo una gran calamidad”. Aunque generalmente tenemos toda una vida para aprender a morir, el trance carece de docentes. El vencimiento más común de los mortales está huérfano de especialistas. Sólo algunos filósofos y escritores, como José Saramago, se han aventurado a interpretar las enseñanzas de la extinción a fuerza de pasear a su lado.

No aprendemos a morir, ni aprenderemos jamás mientras los valores dominantes no sean principios sino fines.

El abatimiento, el fracaso, la pérdida, tan comunes en la escuela de la vida, no encuentran acomodo en las instituciones docentes, ni en las empresas, ni siquiera en una sociedad que, vista de cerca, se construye con muchos perdedores en la base y sólo un puñado de  ganadores en las angosturas de la cúspide.

El éxito es un fin en sí mismo, egoísta por naturaleza, codicioso por fuerza. Su dictadura impone la soledad de la mirada al horizonte. La gloria se atisba cuando te enrolas en un sistema educativo que castiga a los normales con el olvido. Las escuelas de negocios forjan directivos, preferentemente consejeros delegados, firmes candidatos en ocasiones a poblar lo que los gestores de casta han bautizado como “el show business”. Sin embargo, las empresas están mayoritariamente pobladas por “curritos”, líderes en humildad, asalariados, funcionarios de la jornada laboral, personas que se alimentan de la supervivencia cotidiana.

La solución a la crisis que nos rodea demanda empresarios que sientan el orgullo de su valor como emprendedores y generadores de empleo, no de la llamada del dinero; gestores que sean capaces de lidiar con el fracaso; ejecutivos que estén dispuestos a ser generosos con el acierto y egoístas con el error; directivos que asuman el riesgo de equivocarse sin distribuir la responsabilidad del fallo en su entorno y que no olviden que dirigen a personas; trabajadores que no quieran ser jefes  y que no sean castigados por su ambición de baja intensidad; empleados que piensen en sus familias más que en su compañía y que no sean marginados por su saludable desequilibrio emocional;  asalariados que no sueñen con ser empresarios y que sean felices comiendo un bocadillo de tortilla española  en la playa de Benidorm.

Necesitamos una escuela de perdedores. Sus primeros alumnos deberían ser todos aquellos que hoy tienen la responsabilidad de tomar decisiones para afrontar las dificultades del ciclo, que no son sólo económicas, sino también morales. Las clases magistrales correrían a cargo de los especuladores que nos han traído hasta donde estamos. Y, dada la orfandad que padece la muerte, la derrota final, el módulo referido a los proyectos naufragados debería ser impartido por empleados de una funeraria; nadie mejor ellos para poner buena cara al mal tiempo.

Victoriano Reinoso, quien falleció apenas 53 días después de haber alcanzado la presidencia de UNION FENOSA, aseguraba que “si te pones en la línea de salida es para llegar el primero a la meta”. Como ejecutivo, estimulaba la competitividad de sus equipos; sin embargo, no era rencoroso con el error.  En esta carrera que es la economía, si todos quieren ganar, pierde la mayoría; empero, si todos quisieran perder, ganaría el conjunto.

No son pocas las selecciones que a lo largo de la historia del fútbol ganaron un mundial jugando a empatar. Y no olvidemos que en Sudáfrica venció España, pero otros 31 equipos salieron derrotados. ¿En qué pagina web podemos encontrar las enseñanzas de los perdedores, incluido el catedrático Maradona? Porque del triunfo español sólo hallaremos la sonrisa serena de Vicente del Bosque.

Artículo publicado en julio-agosto de 2010 en la revista de la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD)

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