29Sep
2024
Escrito a las 11:54 am

Cambiar de opinión no tiene buena prensa y, sin embargo, es un signo de inteligencia cuando se hace tras admitir evidencias u otros puntos de vista. El pecado de la transmutación opinativa, especialmente en el ámbito de la comunicación política, radica en que no está provocada u orientada hacia la búsqueda de la verdad, sino impulsada por la conveniencia y, habitualmente también, la coyuntura. Esta transgresión carece de punto de partida y se dirige solo a un fin, es decir, adolece de principios que la sujeten y, en consecuencia, está más libre para surcar los mares de la mentira.

La cita de Pedro Sánchez “la verdad es la realidad” (traída por los pelos del pensamiento aristotélico de que “la única verdad es la realidad”) podría resultar cierta si entre realidad y verdad no existiese un relato. En ausencia de contexto, la cita puede ser discutida filosóficamente, pero colocada al servicio de un relato, lo mismo sirve para justificar la realpolitik de Otto von Bismarck en el tercer tercio del siglo XIX y el aumento del precio de los productos exportables en la Argentina de posguerra en el XX (Perón en 1948) que la aritmética parlamentaria que excusa, en opinión del presidente del Gobierno de España, la ley de amnistía en el XXI.

El relato es la forma en la que la realidad  -los hechos y las emociones que provocan-  es elaborada y se ofrece a los otros a través del lenguaje. Hoy el relato prevalece sobre los hechos y, al mismo tiempo, las emociones se alejan cada vez más de ellos en un ejercicio de posverdad que da cobijo a la mentira. Además, tal narrativa se vuelve doblemente interesada (partidista) cuando se coloca en un marco determinado, al que los políticos cool llaman framing.

Las opiniones deben tener tres anclajes y un desanclaje. Los tres anclajes son la observación rigurosa y honesta de los hechos, el filtro de los principios y el contraste de la experiencia. Opinar es interpretar la realidad y por eso exige unas normas de uso. Los tres anclajes mencionados anteriormente requieren practicar la escucha tanto interna como externa. Interna para conocer cuáles son nuestros principios y cómo operan sobre nuestra percepción de la realidad; y la segunda para interpretar tal realidad con el mayor volumen de información posible, parte de la cual es fruto de nuestra experiencia y otra cuota procede de las aportaciones de los interlocutores.

Y el desanclaje es diferenciar las convicciones de las opiniones. Que mentir es pecado para los cristianos no es una opinión, sino una convicción. Que existe un dios no es una opinión, sino un acto de fe. Desgraciadamente para la salud democrática, muchas opiniones se han transformado en convicciones, en cuartos oscuros sin puertas ni ventanas por las que entre la luz de opiniones ajenas, a los que la sombra de la polarización considera “los otros”.

Los hechos tienen que ocupar un papel central en los procesos de comunicación. Ello no implica renunciar a las emociones, que son consustanciales a la condición humana, sino a impedir que distorsionen los hechos. No hay que abdicar tampoco de las opiniones propias, sino simplemente ser conscientes de que son la expresión de nuestros juicios y creencias y, como tales, son solo unas ondas más en el océano de las percepciones.

Es necesario construir opiniones propias, pero también lo es dudar de ellas. Hace un par de años escribía en LinkedIn: “La duda no aporta interrogantes, sino opciones para despejarlos. Hagámonos preguntas y obtendremos respuestas. Hagámonos nuevas preguntas y obtendremos nuevas respuestas. Y, entre tanto, dudemos de todo para llegar a creer en lo que realmente merece la pena. Quizá así seamos más felices”.

La práctica de la duda deja abierta la puerta para el cambio de opinión. Si tal mutación responde a un deseo sincero de acercarse a la realidad interna (los principios) y externa (los hechos), nos moveremos en el territorio de la virtud. Si, por el contrario, la mudanza es la okupación de otra casa, la nueva opinión será tan pecaminosa como la anterior.

Descartes sostenía que el camino a la verdad pasaba por la duda. Reflexionemos sobre qué, por qué y para qué opinamos. Si somos honestos al realizar este ejercicio, probablemente consolidemos algunas certezas y abramos algunas dudas.

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