La opinión pública no está para bromas. La enésima metedura de pata de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, demuestra que ya no sirve como portavoz del Gobierno de España para la pandemia de la Covid-19. De hecho, lleva meses quemado.
Sin embargo, la pérdida de credibilidad no deviene de sus errores, sino fundamentalmente de sus tomas de posición políticas, incompatibles con la responsabilidad de un portavoz del gobierno en una crisis sanitaria, en primer término, y de su deseo de convertirse en una celebrity, en el segundo.
Estas ganas de aprovechar la notoriedad explican su participación en el programa de Jesús Calleja o la charla on line mantenida con los escaladores Iker y Eneko Pou. Esta última conversación es la que ha suscitado las quejas de diversas asociaciones profesionales de la enfermería por sus comentarios inapropiados sobre sus relaciones con mujeres de este colectivo. Amén de sus connotaciones «sexistas y denigrantes«, según el Consejo General de la Abogacía, hablar de «mujeres infecciosas» cuando una enfermedad infecciosa está produciendo cerca de 200 muertes al día no sólo es inoportuno, sino que demuestra una frivolidad incompatible con la sensibilidad que cualquier persona debe mostrar en estos momentos de dolor, especialmente si se trata de la principal referencia del gobierno de la nación para informar sobre la pandemia.
Los errores pueden ser disculpables cuando te sometes a horas y horas de interrogatorio por parte de los medios de comunicación. Errar es humano, y más en circunstancias cargadas de estrés. Incluso la afirmación realizada a finales del mes de enero sobre la nimiedad del SARS-CoV 2 («España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado») sería perdonable si no se hubiese metido en otras camisas de once varas que, además, no le correspondían.
Fernando Simón adquirió una enorme notoriedad durante la anterior crisis epidemiológica, acontecida a finales de 2014 a raíz del primer caso de ébola confirmado en España. Tras la desastrosa comparecencia de la entonces ministra de Sanidad, Ana Mato, que hoy se estudia como ejemplo de lo que no se debe hacer en comunicación de crisis, Fernando Simón se convirtió en la cara del Gobierno de España para informar de la evolución de los casos de ébola en nuestro país.
Respondía al criterio de poner una «bata blanca», es decir, un experto o científico, al frente de una crisis relacionada con la salud. Simón lo hizo bien entonces porque se limitó a ejercer su papel. Bien es cierto que solo se registraron dos fallecimientos y un contagio. La auxiliar de enfermería Teresa Romero se infectó al atender a uno de los dos misioneros infectados en África y sobrevivió a la enfermedad tras varias semanas de hospitalización.
Fue fácil entonces sustituir a una ministra ignorante en temas sanitarios y sin apenas experiencia de gestión más allá de la política. Con sus jerseis, su cabello gris y poco peinado y su voz cascada, constituyó un portavoz creíble por su conocimiento del asunto y sus opiniones técnicas.
El Gobierno de Pedro Sánchez recurrió de nuevo a él cuando el coronavirus saltó de China o Italia a España. Pronto comenzaron sus comentarios con trasfondo político:. «Si mi hijo me pregunta si puede ir le diré que haga lo que quiera«, respondió a preguntas de los periodistas en relación con los riesgos que corrían los ciudadanos que acudiesen a las manifestaciones del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, una de las grandes banderas tanto del PSOE como especialmente de su socio de gobierno, Unidas Podemos. La propia ministra de Igualdad, Irene Montero, resultó contagiada en aquella concentración.
Fue entonces cuando la bata blanca comenzó a ennegrecer. A este error han seguido otros muchos cuyo origen es la defensa de las tesis del gobierno sin tener las evidencias científicas necesarias. Además, con el paso del tiempo, Simón ha ido relajándose, permitiéndose incluso bromas sobre el reiterativo tema que le lleva casi diariamente a las pantallas de televisión de los españoles. Y he aquí su segundo pecado, en este caso de vanidad: su comportamiento cuál celebrity.
Jesús Calleja hizo bien en invitar a Fernando Simón a grabar uno de sus programas de Planeta Calleja. Y el epidemiólogo hizo mal en aceptar. Como hace mal en someterse a entrevistas que no tengan que ver con su función mientras dure la pandemia. Está ahí, tras el atril y el logotipo del Palacio de la Moncloa o del Gobierno de España, para informar sobre la evolución del coronavirus y las decisiones del ministerio de Sanidad, no para opinar y menos aún para emitir juicios que destilen partidismo.
Estoy seguro de que el Gobierno le va a mantener en la portavocía. Es uno de los suyos y mejor no quemar a otro con más valor político, deben pensar. Sin embargo, una cara nueva, otra bata blanca, ayudaría a intentar recuperar la quebrada credibilidad de un ejecutivo que debería haberse dado cuenta ya de que con la salud no es sano hacer política partidaria. Fernando Simón acabará churruscado como un torrezno, si bien le salva laboralmente su condición de funcionario. Lo malo es que la vanidad combinada con la fama crea virus difíciles de controlar.
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