Los principales medios de comunicación han interpretado la confirmación de Iván Redondo Bacaicoa como jefe del Gabinete de la Presidencia del Gobierno como un refuerzo de su figura. A ello ha contribuido, sin duda, que al Gabinete («sala pequeña para recibir o estudiar», según la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española) se le hayan sumado las competencias de la comunicación y la inteligencia prospectiva.
Se da la curiosa circunstancia de que del Gabinete de la Presidencia, con rango de secretaría de Estado, dependerá otra secretaría de Estado, la de Comunicación, desempeñada hasta la fecha por el periodista Miguel Ángel Oliver Fernández, quien reportaba directamente al presidente. A la vista de esta nueva dependencia cabría colegir que la comunicación ha perdido rango en el nuevo ejecutivo. Si utilizásemos un paralelismo con el mundo empresarial, no habría duda al respecto, ya que el departamento de Comunicación pasaría de depender del consejero delegado al gabinete del presidente, si bien es cierto que estaríamos hablando de una presidencia ejecutiva.
Sin embargo, esta lectura no sería correcta porque no estaría contextualizada adecuadamente. La relevancia de la comunicación va en este caso más allá de las dependencias y los poderes jerárquicamente considerados.
Es bastante evidente que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, confía profundamente en Iván Redondo. Es la persona más cercana a él. Si restásemos las horas de colchón, probablemente el presidente pasa más horas con su jefe de gabinete que con su esposa, Begoña Gómez. Tal grado de convivencia en tiempos tan intensos no hubiese perdurado si no existiese una comunión de objetivos y, sobre todo, una corriente de simpatías solidarias. Bien es cierto que en política partidista hablar de «solidaridad» es tan inútil como introducir un argumento científico en una película de zoombies. Como los goles en el fútbol, los votos del poder determinan el alcance de los afectos.
La segunda evidencia deriva del hecho de que el presidente le ha encargado a su jefe de gabinete el presente y el futuro. Es loable la intención de combatir contra la oposición y con la imposición más allá de las trincheras que escavan la escaramuza diaria. La creación de la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo muestra la voluntad política (no tiene por qué coincidir necesariamente con la voluntad real) de separar la tierra del agua, cuya mezcla produce siempre fango.
Terrenal y cruenta seguirá siendo la batalla por el relato del voto, apocalíptica en el lado de la derecha y utópica (pero enmoquetada) en el lado de la izquierda. Más lejos, se debería mirar hacia un país que se enfrenta a un grave desafío de envejecimiento, innovación y ciencia, descrédito del sistema político y, sobre todo, pérdida de confianza en su futuro. He aquí el espacio de una oficina de prospectiva, de la que, a diferencia de la trinchera, solo deberían salir mensajes de esperanza.
Para ganar las batallas del presente, Pedro Sánchez ha puesto al periodista al servicio del comunicador. Para enfocar la guerra del futuro, el presidente ha puesto al comunicador a pensar sin que tenga la necesidad de accionar y reaccionar en el día a día ante las urgencias del periodista. Tal combinación puede ser fructífera siempre y cuando la sombras de la noche no confundan los papeles e inviertan los objetivos, lo cual sería como enfangar el futuro para apurar un trago de agua en el presente.
Iván Redondo ha ganado de nuevo la batalla ideológica. No solo ha sido capaz de trabajar para el PP (Xavier García Albiol, José Antonio Monago y Antonio Basagoiti) y para el PSOE (Pedro Sánchez, como secretario general del partido y ahora como presidente del Gobierno), sino también de superar la disciplina partidaria y partidista. Estoy seguro de que su conciencia le recuerda de vez en cuando que el sujeto del gobierno no es un partido, sino un país, aunque el primero aspire legítimamente a moldearlo de acuerdo con sus ideas.
Es difícil negar que la Comunicación, vista como una secretaría de Estado, ha perdido rango en el nuevo gobierno, pero no lo es afirmar que la comunicación, como función estratégica, ha ascendido en el organigrama de las ideas que realmente importan. En este caso, la comunicación con minúscula prevalece sobre la versión con mayúscula. Ojalá algún día no tengamos que hacer esta diferenciación.
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