Un conocido asesor de comunicación política me dijo hace un par de años que “la verdad no importa, lo que de verdad importa es lo verosímil, lo que la gente es capaz de creer”. Probablemente no le falte razón, especialmente en el ámbito de la comunicación política, pero no puedo comulgar con la renuncia moral que se esconde tras esa afirmación porque hacerlo significaría aceptar que el fin justifica los medios.
La política necesita una profunda reconversión. Debería retornar a sus orígenes etimológicos. “Política” provieve del latín “politicus” y ésta del griego “πολιτικός” (“politikós”), que significa “de los ciudadanos” o “del Estado”. Es el adjetivo de “πόλις” (“pólis”) que se traduce como “ciudad” pero también “Estado” ya que la ciudad en la Grecia clásica era la única unidad estatal existente, y así fue hasta la época de los macedonios, quienes lograron unir la región helena bajo un reino.
En el siglo XXI la política es el gobierno de los ciudadanos por los propios ciudadanos. En la democracia representativa los ciudadanos eligen entre los suyos a aquellos en los que delegan de forma temporal el ejercicio de los poderes ejecutivo y legislativo. El déficit de representatividad que se aprecia hoy en la denominada “clase política” (una nueva expresión de su deficiente funcionamiento) es una seria amenaza a la supervivencia de la democracia, también acosada por todo tipo de ismos. En una democracia representativa los políticos nos representan queramos o no y toman decisiones que son trascendentales para nuestra vida (desde los impuestos hasta la sanidad y la educación públicas), incluso aunque no nos sintamos representados por ellos.
La tecnología ha empoderado a los ciudadanos, les ha habilitado para entablar diálogos directos con sus representantes. El micropoder del que dispone cada individuo no puede ser gestionado con las recetas colectivas del pasado, exige una nueva actitud por parte de los políticos. El gran desafío no es tecnológico, sino cultural: cómo gestionar conversaciones con personas que tienen la capacidad de preguntar o contestar en cualquier momento y desde cualquier lugar. Las claves del éxito radican en una actitud mucho más abierta al diálogo entre iguales y en la sustancia de la conversación, es decir, en los contenidos de la misma.
Los políticos, especialmente en los países desarrollados, se encuentran en esa zona inconfortable de confort. Son conscientes de la brecha que se está abriendo con sus electores, de su pérdida de credibilidad y de la caída de confianza en las instituciones que sustentan el sistema democrático, pero se muestran incapaces de alumbrar soluciones. Prueba ello es la creciente distancia que se constata entre los índices de confianza del público informado y la población en general, según sucesivas ediciones del Trust Barometer. En ese hueco pescan los populismos de toda naturaleza y condición, cuyo cuestionamiento del sistema añade aún más dificultades para recobrar la credibilidad.
Como muchas otras personas y profesionales, los políticos necesitan acompañamiento para salir de tan engañosa zona de confort, recuperar la empatía con los ciudadanos y sustituir los egoísmos del corto plazo por objetivos colectivos de largo recorrido. El coaching está en condiciones de proporcionar mucho más que tal compañía; puede entrenar la escucha empática, ayudar a que el político revise su sistema de creencias y sea plenamente consciente de cómo afecta a su relación con los demás, mejorar sus habilidades para expresarse, conversar, conectar y convencer, gestionar las emociones propias e interpretar las ajenas, y crear y compartir visiones del futuro con sus públicos. No se trata de que cambie de ideas, sino de que las sitúe en un terreno de reciprocidad cuando las contrasta con las de otros.
La mejor forma de combatir el individualismo es no practicándolo. El coaching ejecutivo proporciona al político el acompañamiento personal y metodológico que necesita para mantener una conversación interior que le permita abordar esas otras conversaciones exteriores con sus representados y hacer así honor a la afirmación del coach de actores Bernard Hiller: “Tu forma de comunicarte en la vida determinará hasta que punto triunfarás”.
Artículo publicado en el número 24 de la revista de ACOP
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